8 de agosto, fiesta de Santo Domingo de Guzmán

Santo Domingo de Guzmán nació en Caleruega, villa y parroquia del Obispado de Osma durante 867 años documentados, que se contaron desde el Concilio de Santa María de Husillos (Palencia) de 1088 hasta 1955 en que pasó a integrarse en el Arzobispado de Burgos. Sabemos que cursó estudios superiores de Artes Liberales y, seguidamente, cuatro años de Teología en Palencia, de donde regresó a la casa solariega de sus padres, los Guzmán-Haza, en Caleruega con fama de letrado y virtuoso. Averiguada dicha fama, Martín Bazán, Obispo de Osma (1188-1201), llamó a Domingo de Guzmán y le nombró canónigo subprior del cabildo de su Catedral (por entonces Diego de Acebes de los Campos era el prior).

Con la colaboración eficaz de ambos (Diego de Acebes de los Campos y Domingo de Guzmán y Haza) el Obispo consiguió la reforma espiritual del cabildo, aprobada y confirmada por el Papa Inocencio III en 1199. Dos años después, el prior Diego de Acebes sucedió a Martín Bazán en el Obispado de Osma y asistió a las cortes que  Alfonso VIII celebró en San Esteban de Gormaz  en 1202. En aquellas cortes, el rey le encomendó la gestión diplomática del matrimonio de su hijo, el príncipe heredero Fernando, con una princesa de Las Marcas (Dinamarca); en los dos viajes que el Obispo hizo a Las Marcas (1203 y 1205) llevó consigo a Domingo. Haciendo el camino de Castilla a Dinamarca pernoctaron en Tolosa; en la sobremesa de la cena Domingo sostuvo una polémica larga y tensa con el hospedero que era hereje albigense, al que convenció y convirtió a la fe católica. El suceso marcó un antes y un después en la vida y ministerio del Obispo y de Domingo.

En el segundo viaje a Las Marcas se supo que la princesa había fallecido; el Obispo dio por terminada su misión personal y dispuso el regreso de la comitiva a Castilla presidida no por él sino por un mensajero que comunicaría al rey Alfonso VIII el triste suceso. Diego de Acebes y Domingo de Guzmán fueron los grandes ausentes de la comitiva: ni el Obispo regresó a su Obispado de Osma ni el canónigo se integró en su cabildo catedralicio sino que se dirigieron a Roma para hablar con el Papa Inocencio III. En la audiencia con el Pontífice, ambos encontraron a Inocencio III sumamente preocupado y dolorido por la gravedad de la situación albigense en el sur de Francia. Es cierto que  el Papa había enviado, para contrarrestar dicha situación, a dos legados cistercienses pero sin resultado positivo alguno. El fracaso no era de orden intelectual ni científico sino de presentación con hábitos de ostentación y modales de bienestar que contrastaban con los más humildes y testimoniales de los albigenses. En el encuentro los tres coincidieron en la necesidad de reformar la predicación de la verdad evangélica y con esta misión les envió al condado de Tolosa.

En noviembre de 1206, el Papa aprobó el modo de predicar de Diego y Domingo: itinerante, de pueblo en pueblo, viviendo de la limosna que les daban, vistiendo un hábito sencillo, predicando con humildad, sin ostentación y con preparación científica. A finales de 1206, Diego y Domingo fundaron el monasterio femenino de Prulla para poder albergar a mujeres, hijas de herejes, que por razón de su conversión podían necesitar un cobijo que los suyos las negaban. Ya 1207, tras conferir a Domingo plenos poderes en lo referente a la predicción de Jesucristo, Diego de Acebes regresó a su Diócesis de Osma. Se proponía visitar el Obispado y regresar después a Francia con limosnas y algunos canónigos del cabildo para colaborar en la predicación pero no pudo ser pues la muerte sorprendió al Obispo el 30 de diciembre de aquel mismo año.

Santo Domingo, por su parte, prosiguió modelando y estructurando la predicación de Jesucristo aprobada por el obispo Fulco en la Diócesis de Tolosa. En años sucesivos incorporó las reformas y prescripciones canónicas emanadas del Concilio III de Letrán de 1215, el Concilio de las grandes reformas de Inocencio III. El Papa admiró la transformación progresiva de la predicación de Jesucristo en la Orden Mendicante de Predicadores (Dominicos) y tuvo siempre en gran consideración a su fundador, Domingo de Guzmán. Inocencio III llegó a manifestar en privado el deseo de aprobar la Orden de Domingo pero no pudo ser pues murió el 16 de julio de 1216. Sólo dos días después fue elegido Honorio III quién aprobó y confirmó la Orden de Predicadores el 22 de diciembre de 1216.

La  Historia nos recuerda que aquel acontecimiento eclesial de la Orden de Predicadores tuvo lugar nueve años después de peregrinar al País de la Vida, para descansar en la Paz del Señor, aquel santo Obispo, emprendedor, dinámico y buen caminante, que ayudó a  Santo Domingo de Guzmán a poner los cimentos firmes, sólidos y perennes de la Orden de Predicadores. Este prelado no fue otro que el mencionado Diego de Acebes de los Campos cuyos restos, junto con los de Martín Bazán, duermen el sueño de los justos en la capilla de Santo Domingo (hoy del Santo Cristo del Milagro) de nuestra Catedral.

Unido a la Orden de Predicadores en la celebración gozosa del VIII centenario de su fundación (1216-2016) alzo y levanto mis manos al Señor con unción de plegaria para hacer memoria histórica, santa y votiva de Santo Domingo de Guzmán. Porque Santo Domingo es de la Iglesia y pertenece a la Orden que fundó pero es nuestro también. Es nuestra gran figura diocesana de todos los tiempos. Sigue siendo el canónigo itinerante en pobreza y humildad que puso la mano en el arado sin volver la vista atrás.

Santo Domingo de Guzmán es el patrono de nuestra Diócesis junto con San Pedro de Osma; es el fundador del Santo Rosario con resonancia de eco especial de dicha devoción en todas las parroquias del Obispado; es titular y patrono del Seminario diocesano; para su culto y veneración se construyó en nuestra Catedral la capilla de Santo Domingo, inaugurada, según tradición, el 3 de julio de 1234, fecha de su canonización por el Papa Gregorio IX; y le recuerdan la Plaza de Santo Domingo, contigua a la muralla de la Villa episcopal, así como la calle de Santo Domingo.

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