¡Feliz y Santa Navidad!

Queridos hermanos:

Las primeras palabras en este día para todos los diocesanos de Osma-Soria son de gozo y alegría: ¡Feliz Navidad! Estamos en unas fiestas entrañables en las que nos gusta ser más fraternos, más solidarios, más hermanos entre todos; unas fiestas familiares en las que nos reunimos para compartir, en torno a la mesa, sentimientos de amistad y hermandad; unas fiestas en las que encontramos unos momentos de descanso del trabajo rutinario. Sin embargo, principalmente os digo “feliz Navidad” porque “hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un Niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre” (Lc 2, 12-13).

“Feliz Navidad” a los que, como María y los pastores, supieron acoger al Dios hecho hombre en la debilidad y fragilidad de un Niño. El pueblo de Israel esperaba un Mesías poderoso, un rey que gobernara con puño de hierro sobre las naciones de la tierra. Sin embargo, Dios buscó la humildad de una Virgen, la sencillez de San José y la pobreza de una cueva para nacer. El Papa emérito Benedicto XVI describe el Adviento como el movimiento de Dios hacia la humanidad por medio de la Encarnación: Dios se acerca a nosotros haciéndose en todo semejante a nosotros, excepto en el pecado. Dios puede manifestarse con acontecimientos extraordinarios pero prefiere lo cotidiano y lo sencillo. La Encarnación nos revela el ser y el actuar de Dios: el silencio, la fragilidad, la pequeñez, la misericordia. Nosotros queremos cosas grandes, nos parece que para ser como Dios hay que buscar la gloria y el poder, pero el Dios verdadero bajó hasta nosotros sin gloria ni poder, haciéndose un Niño frágil y necesitado de los cuidados de María y José. Para encontrarlo hay que ser como Él e ir donde Él está. Busquemos a Dios en las cosas ordinarias de la vida; como al profeta Elías en el monte Horeb, Dios se aparece en la suave brisa de la tarde (cfr. 1 Re 19, 3-15) y no en el huracán ni en el terremoto.

“Feliz Navidad” a los que viven estos días poniendo a Jesús en el centro de su vida. La Navidad sin Jesús es una fiesta hueca. El Papa Francisco, dirigiéndose a los miles de niños romanos congregados el pasado III Domingo de Adviento en la Plaza de San Pedro para la bendición de las imágenes del Niño Jesús, nos advertía con estas bellas palabras: “Si quitamos a Jesús ¿qué queda de la Navidad? Una fiesta vacía, sin sentido. No quitéis a Jesús de la Navidad. Jesús es el centro. Jesús es la verdadera Navidad”. Y es que se nos puede pasar la Navidad sin haber notado en un solo momento la presencia de Jesús, de ese Niño que nos trae la salvación. El prólogo del Evangelio de San Juan, que se lee en esta Solemnidad de la Navidad, nos ha advertido: [La Palabra] vino a su casa y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre. Éstos no han nacido de sangre ni de deseo de carne ni de deseo de varón sino que han nacido de Dios” (Jn 1, 12-13). No nos perdamos a Jesús, la Palabra de Dios hecho hombre, porque Él es la luz que ilumina nuestras vidas, que brilla en medio de nuestras tinieblas y oscuridades, que nos orienta en las difíciles decisiones de nuestra vida, que da calor cuando nos llega la enfermedad y la desesperación.

Y, finalmente, “feliz Navidad” a las familias, a los padres cristianos, que durante estos días hacéis de vuestros hogares una escuela en la que trasmitís la fe a vuestros hijos, al contarles porqué Dios se hizo hombre hace más de dos mil años. Los padres os preocupáis mucho, y hacéis bien, de que vuestros hijos crezcan felices. Durante estos días les entregáis regalos con el fin de buscar su felicidad pero la mejor herencia y el mejor regalo que les podéis hacer a vuestros niños son la fe y la confianza en Dios. Dar la fe a vuestros hijos es darles una felicidad que ya llegará en el Cielo plenamente pero también es darles la felicidad terrena.

El Papa Francisco, en la Exhortación Apostólica Amoris laetitia, en el capítulo dedicado a la educación de los hijos nos deja estas tiernas palabras: “El hogar debe seguir siendo el lugar donde se enseñe a percibir las razones y la hermosura de la fe, a rezar y a servir al prójimo. Esto comienza en el bautismo donde, como decía San Agustín, las madres que llevan a sus hijos «cooperan con el parto santo». Después comienza el camino del crecimiento de esa vida nueva. La fe es don de Dios, recibido en el bautismo, y no es el resultado de una acción humana pero los padres son instrumentos de Dios para su maduración y desarrollo. Entonces es hermoso cuando las mamás enseñan a los hijos pequeños a mandar un beso a Jesús o a la Virgen. ¡Cuánta ternura hay en ello! En ese momento el corazón de los Niños se convierte en espacio de oración” (n. 287).

Os invito a que, durante esta Navidad, contempléis en familia el Belén, especialmente al Niño. Y que lo miréis con ojos agradecidos porque Dios se ha hecho hombre para que nosotros nos hagamos como Dios. ¿Hay algo más grande que les podamos dar a nuestros niños y jóvenes? Ser como Dios, llevar en el corazón la semilla de la inmortalidad.

Os deseo una feliz Navidad a todos. Sed palabra que anuncie a Jesucristo en vuestras familias, sed luz en las calles de vuestro pueblo o ciudad. Que el Señor os bendiga y os traiga su salvación. Amén.

Comparte esta noticia
Facebook
X.com
LinkedIn
WhatsApp
Email