Crónica de la visita a Camerún

A finales del mes de enero, una pequeña delegación diocesana viajó hasta el Camerún con el doble fin de fortalecer la fe de los católicos de aquellas tierras y de visitar a Emilio José, sacerdote de nuestra Diócesis que colabora con los PP. Espiritanos en la evangelización de este país africano. Encabezada por D. Abilio, nuestro Obispo, que quiso ser acompañado en este viaje por Alberto Cisneros Izquierdo, delegado episcopal de misiones, y por el que subscribe, nuestra comitiva recorrió, de la mano de Emilio, gran parte de las carreteras y caminos de la región central camerunesa. Se dibuja en la memoria un mapa con lugares de nombres tan sonoros como Yaundé, Bafusán, Fumbán, Bafia, Kutaba, Ngambè-Tikar, Mbioko II, Beng-Beng, Bankim…

Es complicado trasladar al papel, en unas pocas líneas, la vida misma. Y es que eso fue lo que experimentamos, la vida misma en marcha, creciendo, expandiéndose, llenándolo todo. No sólo me refiero a las riadas de niños y jóvenes que inundan las calles y los caminos del país -aproximadamente la mitad de la población camerunesa tiene quince años o menos- sino, de manera muy especial, a la vida de gracia, la vida del Evangelio. El Evangelio fue sembrado en el Camerún hace poco más de cien años: Resulta emocionante comprobar cómo muchos de los primeros misioneros católicos entregaron literalmente la vida para que los cameruneses tuviesen vida, la vida inmortal de Cristo. En aquellos tiempos en que no existían las vacunas, los misioneros sabían que iban a la misión para no volver, porque muchos de ellos morían durante el primer año a causa de las enfermedades tropicales. Aquí se ve que la obra es de Dios y no de los hombres porque ¿qué organización humana envía a sus mejores hombres a un sitio en que les espera la muerte durante el primer año de estancia? Y, sin embargo, estas muertes, inútiles para la lógica humana, fueron semilla de nuevos cristianos, de un joven y vigoroso árbol que, hoy en día, con sus ramas cargadas de frutos, da vida a todo el Camerún.

En nuestro recorrido hacia el norte, hacia Ngambè-Tikar, que es la parroquia de Emilio, pudimos ir gustado algunos de los frutos de la evangelización: las numerosas escuelas y centros de salud católicos -desde su llegada al país, la Iglesia Católica le ha dado una importancia capital a la educación y a la sanidad-, un Seminario Menor repleto de chicos, y algunos frutos inesperados, como una comunidad de monjes cistercienses africanos, el Monasterio de “Nuestra Señora de Kutaba”.

En la mañana del tercer día, Emilio detuvo el coche. Un río muy ancho nos cortaba el paso y había que esperar a que llegara una barcaza que nos cruzase a la otra orilla. Y es que las comunicaciones, que son precarias en todo el país, son aún peores en la región donde Emilio desempeña su ministerio. Al desembarcar, pusimos por primera vez el pie en Mbioko I, el primer pueblo de Ngambè-Tikar, la parroquia de Emilio, cuyo territorio tiene una extensión equivalente a la mitad de la provincia de Soria. La recepción fue espectacular. Nos salió al paso una comitiva formada por las religiosas -tres misioneras de Cristo Rey, congregación de origen español- que trabajan en la parroquia; Patrice, el responsable parroquial, y unos niños que dieron gracias a D. Abilio por venir a visitar a los católicos de Ngambè-Tikar y le ofrecieron, a modo de regalo de bienvenida, una cesta llena de productos de la tierra. A continuación, nos invitaron a pasar a la parcela de la parroquia. Cientos de niños de la escuela parroquial, alineados perfectamente en dos largas hileras de varios cientos de metros formaron un pasillo de honor para recibirnos, llenos de alegría y cantando.

Si hay dos palabras que resumen nuestra estancia en la parroquia de Emilio serían alegría y vida. Allá por donde íbamos en el territorio parroquial, que recorrimos ampliamente en coche, en moto, a pie, en piragua, encontrábamos comunidades vivas, alegres y generosas. Una de las valiosas lecciones que nos enseñan estos católicos es que viven la parroquia como algo suyo y todos, en la medida de sus posibilidades, contribuyen a su sostenimiento, de manera que, para su funcionamiento diario -no para proyectos más grandes-, la parroquia tiene autonomía financiera.

Aparte de participar activamente en la pastoral y en la evangelización, otra valiosa lección del sentido de Iglesia que tienen los católicos de Ngambè-Tikar es que en cada lugar que visitábamos se recibía al Obispo como lo que es, un verdadero apóstol de Cristo. Recordamos todos con especial cariño el modo en que recibió a D. Abilio la comunidad de Mbioko II, la más pequeña y alejada de todas; allí prepararon un arco de ramas decorado, banderolas y carteles que rezaban “¡Pueblo de Mbioko II! ¡Una luz nos ha brillado”, al tiempo que las gentes cantaban “¡Hosanna! ¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!”. Ese día verdaderamente comprobamos cómo la visita del Obispo, apóstol de Cristo, fortalecía a los católicos en la fe.

Fue gratificante observar sobre el terreno la gran labor que nuestro sacerdote diocesano Emilio está llevando a cabo en su parroquia. Vimos comunidades florecientes y bien cuidadas, tanto en los pueblos como en Ngambè-Tikar, numerosos grupos parroquiales, como el de los monaguillos, que contribuyen al crecimiento en la fe de los fieles, y una escuela parroquial limpia y ordenada, que mejora cada año en resultados académicos e instalaciones. Y es que, cuando hay un pastor entregado, la Iglesia crece como un árbol de frondosas ramas cargadas de frutos. Ciertamente, este crecimiento sucede en medio de dificultades y de problemas pero son dolores propios del crecimiento, dolores llenos de esperanza. Damos gracias a Dios por labor que hace Emilio y por habernos permitido visitar y conocer a las gentes de su parroquia. Fuimos con la intención de fortalecer la fe de aquellos católicos y ha ocurrido que ellos, con su testimonio, han fortalecido nuestros corazones.

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