Día 8 de julio, es el día previo al comienzo del Camino de Santiago; cada uno de los 37 peregrinos sorianos estábamos en casa terminando de preparar la mochila, metiendo o sacando algún “por si acaso”, comprobando el peso de la mochila que tendríamos que llevar sobre nuestra espalda durante las etapas. Sin embargo, lo que más pesaba era el miedo y la incertidumbre ante lo que nos aguardaba: una experiencia y un pequeño grupo de gente, conocidos o no, con un mismo objetivo, caminar, disfrutar del viaje y encontrarnos con Dios.
Llegó el día en el que todo comenzaba; en Soria tuvimos la primera toma de contacto y desde allí partimos hacia El Burgo de Osma a recoger a los compañeros que nos faltaban y a que nuestro Obispo, D. Abilio, nos diera su bendición para la peregrinación. El trayecto hacia Ourense fue más o menos pesado y una vez allí empezamos a conocernos todos un poco más. Durante el paseo que dimos por la ciudad también nos pudimos hacer una idea de cómo sería la etapa del día siguiente… llena de cuestas.
La primera etapa, casi la más difícil de todas, nos llevó hasta Cea, un acogedor pueblo donde tuvimos la oportunidad de probar el conocido y tradicional pan, de disfrutar de las piscinas aunque no pudimos divertirnos en sus fiestas puesto que al día siguiente nos tocaba madrugar para emprender la marcha a Castro Dozón. Esta etapa fue la más breve, pudiendo hacer la típica parada del almuerzo en el mismo pueblo y así disfrutar de un poco más de tiempo libre, compaginándolo con la Misa y la catequesis, en la que, sirviéndonos del pasaje del encuentro de Jesús con Zaqueo, reflexionamos sobre aspectos de la vida.
De este modo llegamos al ecuador de la peregrinación, que además fue el día más duro de todos, andando durante casi 30 kilómetros hasta que llegamos a Silleda. El cansancio se juntaba con la alegría al ver que un día más nos habíamos librado de la lluvia. Ese día, como recompensa, tuvimos la suerte de disfrutar de un gran artista, Rubén De Lis, que nos ofreció un concierto en el que pudimos conocer la faceta más divertida de algunos de nuestros compañeros. El viernes 13, tras el madrugón correspondiente, las flechas amarillas nos guiaron hasta Ponte Ulla. Allí celebramos un acto penitencial gracias al cual pudimos quitarnos algún peso de nuestras mochilas interiores y tomamos conciencia de que nos quedaba ya muy poco Camino. Al día siguiente pusimos rumbo a Santiago, como siempre, siguiendo a nuestras inseparables flechas amarillas que, a veces, estaban algo escondidas pero al final siempre guiaban nuestros pasos. Sobre las dos de la tarde todo el grupo de peregrinación de la Diócesis hizo su entrada en la Plaza del Obradoiro; la alegría y felicidad de haber conseguido llegar a Santiago se mezclaban con alguna lágrima en cada uno de mis compañeros. Por la tarde, tras una catequesis explicativa, nos acercamos a la Catedral para dar el abrazo al Santo y bajar a rezar ante su sepulcro.
Y así llegamos al domingo, día en que teníamos que regresar a nuestras casas. A primera hora de la mañana todos hicimos una valoración de la peregrinación, unos la compartieron y los más reservados, entre los que me incluyo, recapacitamos sobre lo que el Camino nos había aportado. Acudimos también a la tradicional Misa del peregrino, momento que algunos aprovechamos para abrazar más detenidamente a Santiago, aparte de disfrutar del botafumeiro, momento de emoción y asombro ante aquel sinuoso movimiento del incensario, envolviéndonos con el humo de esta resina aromática.
Quisiera agradecer a la Delegación de infancia y juventud por conseguir, año tras año, que la peregrinación salga adelante; a mis compañeros porque, con el esfuerzo y la colaboración de todos (unos ayudando en cocina, otros en enfermería, logística…), hemos conseguido que todo salga bien y pasárnoslo en grande. Nos hemos convertido en una familia, en la que siempre ha habido palabras de ánimo cuando una cuesta se nos resistía, pequeñas mentiras sobre cuánto nos quedaba por andar y mucha alegría. Este era el segundo año que yo hacía la peregrinación y pensaba que ya había vivido todo lo que el Camino implica pero estaba muy equivocada; cada Camino es diferente, de cada peregrinación se aprende algo, descubres cosas de ti mismo que no sabías porque en el agobio de nuestra vida diaria no tenemos tiempo para pensar, para estar en silencio y disfrutarlo y, sobre todo, para nuestra fe y Dios. Desde aquí os invito a aquellos que estéis leyendo esto a vivir esta experiencia y a compartir después con vuestros amigos cómo el Camino de Santiago os ha cambiado.
O Camiño empeza agora.