Crónica de la peregrinación diocesana a Roma

A nuestro Obispo, Mons. Gerardo Melgar Viciosa, le debemos y agradecemos esta peregrinación; él nos animó encarecidamente a peregrinar a Roma para asistir a la declaración como Doctor de la Iglesia de San Juan de Ávila. Un grupo de once peregrinos, nuestro seminarista mayor y cuatro sacerdotes -junto con nuestro Obispo- asistimos a esta celebración única que ha dejado en todos nosotros un recuerdo imborrable.

Los días que permanecimos en Roma fueron del 4 al 8 de octubre. Hemos de dar gracias a Dios por los acontecimientos y vivencias que hemos experimentado en la Ciudad eterna. Las jornadas han sido fabulosas, tanto el tiempo como el ambiente de la peregrinación, marcada por momentos intensos y verdaderamente significativos.

La peregrinación comenzó por la visita y oración en la Basílica de la Santa Cruz de Jerusalén que guarda las reliquias del Calvario llevadas a Roma por Santa Elena. Un digno comienzo de la peregrinación que, tras visitar San Juan de Letrán, terminó en el Coliseo, rindiendo homenaje a los primeros mártires de la Iglesia. Otro momento revelador fue la celebración de la Eucaristía en las Catacumbas de San Calixto; en la pequeñísima capilla del orante, recreando el ambiente de los primeros cementerios cristianos, casi a la luz de las candelas, rememoramos aquellas primeras Eucaristías que los cristianos celebraban por los difuntos.

Al día siguiente tuvimos la gracia de celebrar la Eucaristía en la Basílica de San Pedro presidida por nuestro Obispo, coincidiendo además con la celebración de la Memoria litúrgica de nuestro beato Juan de Palafox y Mendoza; nuestro pastor nos animó en el camino de la fe y en la seriedad de nuestro compromiso cristiano. En la basílica de San Pedro se respira el sentido de catolicidad, unidad y apostolicidad como en ningún otro sitio; esta celebración preparó nuestro espíritu para la Vigilia que nos introducía en los actos solemnes del día siguiente. En el sentir de los peregrinos quedó esta Vigilia, celebrada en la Basílica de Santa María la Mayor, como un momento indescriptible, lleno de fe, de oración agradecida y fraternidad cristiana; rezamos unas preciosas Vísperas solemnes en las que, al hilo de los salmos cantados, brotaba la oración agradecida a Dios por San Juan de Ávila y por su magisterio. Terminó la Vigilia con la lectura de pasajes del Santo Doctor que, intercalados por canciones corales, ayudaban a interiorizar los textos del «Tratado del amor de Dios».

Y llegó el día central, el domingo día 7. Madrugón para llegar a tiempo a la Plaza de San Pedro y poder tener un lugar adecuado para la celebración. Y, gracias a Dios, lo tuvimos; es cierto que un poco distantes del altar preparado en la Plaza pero esto no fue óbice para vivir la celebración de la Eucaristía; el ambiente era de celebración solemne y seria, profunda y agradecida. El Santo Padre nos regaló su magisterio y su cercanía pues tuvimos la suerte de «casi» poder tocarlo cuando en el papamóvil pasó por delante de la valla en la que nos encontrábamos.

Ya no nos quedó nada más que un par de horas al día siguiente para visitar los Museos Vaticanos; con el ánimo agradecido y la belleza de los Museos regresamos a nuestra casa sin ningún percance. Desde aquí agradezco a nuestro Obispo su presencia y el habernos animado a peregrinar; a D. Manuel Peñalba, su colaboración; y a todos los peregrinos, su comprensión y responsabilidad.

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