Dos mujeres para la historia de la Diócesis

En los últimos meses (diciembre de 2018 y enero del 2019) hemos asistido a la marcha a la Casa del Padre de dos mujeres muy queridas para todos y que han dejado una huella imborrable en la vida de muchos: Dolores Belarroa y Eugenia Esteras. A las dos las hemos recordado en la Eucaristía celebrada por ellas hace pocos días en la parroquia de San José (Soria) y en la que participamos seis sacerdotes amigos de Eugenia, sus sobrinos, compañeros y compañeras de HOAC, de Manos Unidas, de los Centros de cultura popular, de los grupos de iniciación, de Junior, de la Acción Católica General y feligreses y vecinos de la Barriada; a las dos las hemos recordado con un emotivo recuerdo.

Nuestro Obispo, en un mensaje que quiso enviar para ser leído en la Eucaristía, decía: “Estas dos mujeres han sido unas grandes luchadoras a favor de los necesitados, trabajando incansablemente por la justicia social. Eugenia impulsó desde el principio la creación de la HOAC en Soria y también los Centros de cultura popular ofreciendo siempre su casa, su tiempo, su formación y su compromiso. Loli Belarroa dedicó su vida a los pobres desde su compromiso en Manos Unidas, ONGD de la que fue presidenta durante 37 años colaborando en los proyectos de ayuda a países empobrecidos”. Para nuestra generación de sacerdotes que nos ordenamos en la década de 1960, las dos ejercieron una gran influencia en nosotros. D. Ambrosio Puebla, de feliz memoria para nosotros, cuando era delegado del clero y Vicario de pastoral, tenía muy claro que los sacerdotes teníamos que convivir codo con codo con los seglares y, por eso, nos integraba en los varios equipos que existían de la HOAC, en concreto uno que se reunía en la casa de Eugenia un día a la semana. Allí participamos, como un militante más, contestando al tema que tocaba cada semana. Su casa era una casa abierta a todos junto con Venancio, el bombero, al que como maña le llamaba cariñosamente “mi maridico”. Ella nació en Embid de Ariza (Zaragoza), limítrofe con la provincia de Soria. Sus padres eran criados del señor de la finca y Venancio, que era pastor de ovejas, se casó con Eugenia. Como en el pueblo no había mucho futuro se vinieron a Soria y Venancio se presentó para cubrir plaza de bombero del Ayuntamiento y la aprobó. Eran rayanos, como decimos aquí, tenaces y fuertes en su fe cristiana, que tenían muy claro su compromiso social y su testimonio en la vida pública de su querida barriada en la que se integró desde el principio y por la que luchó en cuanto a reclamar y pedir mejoras desde la “Asociación de vecinos” que ella, Mónico Vicente del Partido Comunista y otros iniciaron, siendo la primera Asociación de vecinos en Soria.

En la historia de la Diócesis siempre vamos contando años por los Obispos que hemos ido conociendo o estudiamos los que han existido en el pasado, como nuestro Beato Palafox o San Pedro de Osma, pero no conozco ningún estudio y memoria de hombres y mujeres seglares que han sido testigos de Jesús Resucitado desde su ser de bautizados construyendo ese Reino de Dios en esta tierra por la que pasaron. ¡Cuántos hombres y mujeres sencillas de nuestros pueblos y de la ciudad han contribuido silenciosamente a esa presencia viva de Iglesia en medio de la sociedad! Estas dos mujeres son ejemplo de presencia pública de la fe; no sólo participaban con sus comunidades en la Eucaristía de cada domingo sino que de ahí sacaban fuerzas para llevar adelante su hogar, salir a la calle y dedicar muchas horas a la actividad social. Eugenia fue la que puso de moda la mesita que colocaba en el Collado cada jueves, hiciera frío o calor, para vender libros de la Editorial Zyx, unos libritos muy baratos para la formación social de los ciudadanos. Eugenia sufrió varios registros de la Policía durante el Régimen de Franco. Su casa estaba en el punto de mira de la Policía porque allí se reunían muchas gentes nada gratas para el Régimen. Acogió a Marcelino Camacho en se paso por la cárcel de Soria y a familiares de presos que no tenían dónde hospedarse. Loly Belarroa, con su esfuerzo y dedicación, puso las bases para el equipo magnífico de mujeres que, bajo la batuta de Raúl Studuto, han conseguido concienciar a los sorianos de la necesidad de ser solidarios y, con la colaboración de los jóvenes en la Operación bocata, sacar a la calle esta inquietud solidaria que lucha contra nuestros egoísmos tan consumistas y tan arraigados.

Le doy gracias a Dios por haber conocido a estas dos mujeres, por lo que han significado para muchos sacerdotes de la Diócesis y espero que su huella sea seguida por seglares que pierdan el miedo de salir a la calle, luchando por una sociedad más justa, más humana y más cristiana. Que desde la Comunión de los santos, que confesamos en el Credo, ellas nos ayuden a vivir nuestra fe en este tiempo y en esta tierra que nos vio nacer como ellas lo hicieron.

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