Homenaje a Mons. Jacinto Ransanz Ortega

Tras más de cincuenta años de servicio en la Curia diocesana, Mons. Jacinto Ransanz Ortega acaba de recibir un merecido homenaje por sus cinco décadas de trabajo en las oficinas del Obispado en El Burgo de Osma. El Obispo de Osma-Soria ofreció en su honor un almuerzo el pasado 12 de abril junto a los miembros de la Curia.

1. D. Jacinto, acaba de recibir un merecido homenaje del Obispo y de la Curia diocesana por su labor en la misma durante más de 50 años… ¡felicidades! Cuántos recuerdos, ¿no? ¿cómo se siente?

Ante todo mi reconocimiento agradecido al Obispo por haber tenido para conmigo este gesto inmerecido de un homenaje, si bien no sólo del prelado sino también de todos los actuales miembros de la Curia diocesana. Me siento un tanto abrumado. Un cese tras cincuenta y dos años de compartir lugar de trabajo y preocupaciones comunes es algo que no deja insensible a una persona; por todo ello se reconforta y fortalece la unidad entre los que continúan, particularmente el Ecónomo, y el cesante. Viene a la mente el grato recuerdo de los que fueron compañeros a lo largo de los años, Obispos y sacerdotes, y aflora un sufragio por un buen número de ellos, ya fallecidos.

2. A lo largo de estas cinco décadas ud. ha trabajado para varios Obispos al servicio de esta Iglesia particular de Osma-Soria.

He trabajado con siete Obispos, que generosamente me otorgaron su confianza. Evidentemente, cada persona tiene su fisonomía pero he comprobado personalmente que, através de la comunión con la Cátedra de Pedro, la Providencia va dirigiendo a la Iglesia diocesana asumiendo las nuevas realidades, ejerciendo su magisterio y manteniendo la identidad de sí misma. Para todos ellos mi ferviente adhesión y mi agradecimiento por la paciencia que han tenido conmigo.

3. Desde que ud. comenzó a trabajar en la Curia la Iglesia ha sufrido grandes cambios pero la misión es la misma: el anuncio del Evangelio al mundo de cada época; D. Jacinto ¿cómo ve hoy a la Iglesia? ¿qué estamos necesitando, fieles y pastores, en los albores del S. XXI para ser mejores y más fieles creyentes?

Evidentemente son muchos y muy pronunciados los cambios. El afirmar que comencé dos años antes de iniciarse el Concilio Vaticano II ya es un hecho suficientemente significativo (me correspondió participar de cerca en las variantes de la Liturgia por mi trabajo en la S. I. Catedral). Así mismo, en otros muchos aspectos también en la gestión administrativa: no había por entonces máquinas calculadoras ni existían los ordenadores. Fue llegando también nueva legislación civil y canónica. En estos años, es cierto, ha venido una gran sequía vocacional; por ello, es preciso preparar y capacitar a laicos para que asuman funciones eclesiales que no exigen haber recibido el Sacramento del orden. Alguien ha escrito que la curación de las epidemias exige, además de oración, régimen severo y exigente.

4. Dios ha bendecido a nuestra Diócesis, D. Jacinto, con sacerdotes que, como ud., han gastado y desgastado su vida, trabajando por el bien de la Iglesia y de las almas durante decenios… ¿qué piensa al echar la mirada atrás?

Al dirigir la mirada al pasado y al futuro siento una gran pena por la escasez de vocaciones. No me corresponde a mí formular juicios sobre personas pero recuerdo las palabras de Pablo VI afirmando que las vocaciones son el termómetro que marca la vitalidad de la Iglesia. La fortaleza de la Iglesia la constituyen las vocaciones para el ministerio sacerdotal y para la vida religiosa, consagrada y misionera. La mayor riqueza en la Iglesia es el valor de sus miembros.

5. Prelado de honor de Su Santidad, párroco, encargado de la administración, deán del cabildo de la Catedral, etc. Ante todo, sacerdote de Cristo. D. Jacinto, en medio de las dificultades y gozos de la vida sacerdotal, ¿feliz de ser sacerdote?

Me siento muy obligado para con el Señor por haberme escogido para este ministerio sacerdotal en cuyo ejercicio estoy muy próximo a cumplir 61 años. Y por haberme custodiado con innumerables delicadezas a lo largo de mi vida. Me ha asistido con superiores jerárquicos y profesores maravillosos; ha puesto a mi lado compañeros ejemplares que me han alentado; no han faltado almas fervorosas que me han fortalecido y muchas otras personas que me han ayudado en todos los ámbitos, incluyendo el familiar. Por todo ello debo recitar el TE DEUM de acción de gracias a Dios. Pero también son innumerables las deficiencias, que sólo Dios conoce en su medida; ante Él debo recitar el MISERERE, suplicando la indulgencia de los prelados, compañeros de Curia, sacerdotes y toda clase de personas con quienes me haya relacionado en el ejercicio asumido.

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