Jornada mundial de la vida consagrada

El 2 de febrero celebramos la fiesta de la Presentación del Señor en el Templo de Jerusalén (cf. Lc 2, 22-40), conmemoración litúrgica popularmente llamada la candelaria. Desde el año 1997, por iniciativa del Beato Juan Pablo II, se celebra ese día la Jornada mundial de la vida consagrada, y los consagrados -con su modo carismático de vivir el seguimiento de Jesucristo- son puestos en el candelero de la Iglesia para que, brillando en ellos la luz del Evangelio, alumbren a todos los hombres y estos den gloria al Padre que está en los Cielos (cf. Mt 5,16).

En el presente Año de la fe convocado por el papa Benedicto XVI, la vida consagrada, en sus múltiples formas, aparece ante nuestros ojos como un signo de la presencia de Cristo resucitado en el mundo, expresión tomada de la Carta apostólica Porta fidei (n. 15) y del lema de dicha Jornada.

Los religiosos y religiosas, las vírgenes consagradas, los miembros de los institutos seculares y las sociedades de vida apostólica, los monjes y monjas de vida contemplativa, y todos cuantos han sido llamados a una nueva forma de consagración, hacen del Misterio pascual la razón misma de su ser y su quehacer en la Iglesia y para el mundo. Ellos y ellas, con su vida y misión, son en esta sociedad tantas veces desierta de amor, signo vivo de la ternura de Dios. Nacidos de la Pascua, ellos y ellas, por el Espíritu de Cristo resucitado, pueden entregarse sin reservas a los hermanos y a todos los hombres (niños, jóvenes, adultos y ancianos) por el ejercicio de la caridad, en las escuelas y hospitales, en los geriátricos y en las cárceles, en las parroquias y en los claustros, en las ciudades y en los pueblos, en las universidades y en los asilos, en los lugares de frontera y en lo más oculto de las celdas.

Oremos por ellos especialmente estos días y en esta próxima jornada del 2 de febrero.

La vida consagrada en el Año de la fe

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