Catedral

Catedral de El Burgo de Osma

Concatedral de San Pedro de Soria

Catedral de El Burgo de Osma

La catedral de El Burgo de Osma se asienta entre los ríos Abión y Ucero desde los tiempos de Pedro de Bourges (San Pedro de Osma), monje cluniacense que fué el primer obispo de la diócesis restaurada, después de que este territorio fuera dominado por Castilla una vez reconquistado a los musulmanes. En torno a la catedral se fue creando un núcleo de población cuyo desarrollo urbanístico daría lugar a El Burgo de Osma.

La primitiva catedral románica del siglo XII, de la que quedan interesantes restos en el claustro -y en especial en la ventana de la sala capitular-, fue sustituido por la catedral gótica que se edificó en el segundo tercio del siglo XIII, siguiendo el esquema de las iglesias monacales cistercienses, como las de Las Huelgas de Burgos o la de Santa María de Huerta. Las aportaciones y transformaciones que se hicieron a lo largo del tiempo no modificaron substancialmente la concepción unitaria de esta arquitectura, por lo que constituye un valioso documento de la arquitectura peculiar de la época de su erección.

La planta, de tres naves y cinco tramos, se amplía a partir del crucero con otras dos naves más que remataban en cinco capillas absidiales. En el siglo XVIII se eliminaron las dos capillas inmediatas al presbiterio con el fin de ejecutar una nave en torno a la capilla mayor, una girola, que comunicaría con la sacristía y la capilla de la Inmaculada.

En el siglo XVI, durante el obispado de D. Alonso Enríquez, se sustituyó el claustro por otro de elegantes tracerías tardogóticas, y más tarde, en tiempos del obispo Pedro de Acosta, en 1541, se construyó una capilla dedicada a San Pedro de Osma sobre la sala capitular, rematando el crucero con una imponente y rica fachada, de la que destaca el acceso doble que nos trae el recuerdo de la Escalera Dorada de Diego de Siloe en la catedral de Burgos.
Con esta intervención se introduce una doble axialidad en el templo: la propia de la iglesia abacial, marcada por la vía sacra que une el coro con el presbiterio recorriendo la nave central; y la que resulta de acentuar el camino de peregrinación que, partiendo de la puerta meridional llega a la capilla de San Pedro utilizando la nave del crucero. También renacentista es la capilla de Santiago, que ya estaba casi terminada en 1533 y que remata el final de la nave de la epístola, flanqueando la portada occidental de San Miguel, junto a la gran torre barroca que domina el perfil de El Burgo de Osma. Ésta sustituyó a la torre medieval que se hundió en 1734, en tiempos del obispo Agustín de la Cuadra.

A mediados del siglo XVIII y como consecuencia de las deficiencias que presentaba la fábrica de la catedral, se solicitó informe de varios arquitectos. Entre ellos destaca el de Ventura Rodríguez, que aconseja derribarla y sustituirla por un templo clasicista que, variando la orientación del presbiterio, mantenía la torre recién realizada, se ajustaba al perímetro del templo medieval y resolvía la conexión del crucero con el claustro, al tiempo que creaba una pequeña plaza en el acceso de los pies, a la que abría el inmediato palacio episcopal.

Pero el terremoto de Lisboa no afectó a la catedral de El Burgo de Osma, por lo que los argumentos que defendían la renovación del edificio debido a pretendidas deficiencias estructurales fueron desestimados y se optó por conservarlo y llevar a término tan sólo acciones puntuales, proyectadas por el arquitecto D. José Hermosilla, que ya habían concluido en 1759.

En el último tercio del siglo XVIII vemos, de nuevo, trabajar en El Burgo de Osma, a los arquitectos más señalados del momento en obras que, por primera vez, van a afectar a la unicidad del templo medieval, al destruir las capillas absidiales inmediatas al presbiterio y ejecutar la girola, lo que permitía conseguir una segunda vía de peregrinación que conducía a la capilla de La Inmaculada, erigida en memoria del Venerable Palafox, cuya beatificación se pensaba inmediata, y que habría de conservar sus restos mortales. Sin embargo estas obras que, junto con la nueva sacristía, son del arquitecto Juan de Villanueva, y que se rematan según ideas de Sabatini por Ángel Vicente Ubón y Luis Bernasconi, enriquecen el conjunto sin alterar este documento arquitectónico que llega a nosotros auténtico y capaz de transmitirnos, con el lenguaje de los sucesivos estilos, buena parte de la larga historia de esta diócesis, de la que es centro.

Concatedral de San Pedro en Soria

Hacia finales del siglo VIII se construyó una pequeña iglesia, de la que subsiste aún un vano que recuerda a los huecos triples asturianos, un arco de ventana mutilado que pudo ser de herradura, y hundida en el suelo lo que parece una portada de medio punto con los apoyos enterrados, por lo que sería de factura prerrománica o mozárabe.

Con la repoblación de Soria y el valle del Duero, mediado el siglo XII, don Juan, obispo de Osma, donó la iglesia a los canónigos de la Regla de San Agustín, que decidieron derribar la iglesia primitiva y erigir una nueva. Contando con numerosos donativos y privilegios, y el favor de los monarcas castellanos, se convirtió en colegiata.

La colegiata románica se construyó con similares proporciones a las desaparecidas iglesias monásticas de Sahagún y Silos, siendo la iglesia mayor de Soria. De la que subsisten algunos vestigios integrados en la actual iglesia como el magnífico claustro.

En el siglo XIII, el rey Alfonso VIII solicitó al Papa Clemente IV la categoría de ciudad para Soria y el paso de la colegiata a catedral, siendo concedido por bula pontifical. El cabildo catedralicio de Osma protestó, y todas las peticiones fueron denegadas por los monarcas posteriores al no atreverse a hacer cambios drásticos que provocaran conflictos eclesiásticos.

En 1520, la iglesia se hundió. Tras el derrumbe el obispo don Pedro Acosta se reunió con la nobleza de la ciudad y el cabildo, y les ofreció trasladar la colegiata al centro de la ciudad, y finalmente se llevó a cabo la reconstrucción del edificio en el mismo lugar donde se encontraba.

Comenzaron las obras de reedificación, por los maestros Juan Martínez Mutio y San Juan de Obieto, siguiendo el modelo de la colegiata de Berlanga de Duero, y las terminaron hacia 1575 los hermanos Pérez de Villavid. La iglesia renacentista se construyó ocasionando el derribo del ala meridional del claustro románico. El interior está formado por cinco naves con bóvedas de crucería estrelladas, soportadas por columnas dóricas de sección circular; con cabecera poligonal, y capillas entre contrafuertes en naves laterales. Éstas tienen la misma altura que la mayor, lo que conforma un edificio conocido como «iglesia salón», frecuente en la primera mitad del siglo XVI en Castilla.

A finales de siglo XVI, con la construcción del campanario sobre la torre, se finalizó la colegiata nueva.

Entre las portadas de la Concatedral, destacan: La meridional o de San Pedro, plateresca, realizada hacia 1520. La portada de poniente, entrada principal de la de la primitiva colegiata románica, se convierte en renacentista a mediados del siglo XVI. Y la espléndida portada románica de la sala capitular, formada por óculos calados lobulados y arquillos de herradura, de evocación mozárabe, apoyados en dobles columnas, con capiteles de centauros, dragones, grifos y motivos vegetales de evocación silense.

Como admirable ejemplo de estilo románico en Castilla, el claustro se inició por el lado de poniente a mediados del siglo XII, y se continuó por los lados norte y este. Acabándose en los primeros años del siglo XIII.

En sus galerías destaca todo un repertorio de basas de garras y capiteles decorados con motivos vegetales como hojas de acanto estriadas, palmetas y roleos; bestiarios formados por sirenas, grifos, leones, centauros y aves exóticas; y motivos historiados como la Anunciación y la Adoración de los Magos, San Pedro y San Pablo, San Jorge, San José, la Anunciación, los Reyes Magos, relieves relativos a la lujuria de mujeres desnudas, la cacería de un ciervo, y la psicóstasis (peso de las almas), un rey y una reina, y un monje recibiendo las ofrendas de los fieles.

La Concatedral contiene en su interior obras artísticas de gran valor como el retablo mayor, del siglo XVI, dedicado a la vida y predicación de San Pedro Apóstol, del maestro Francisco del Río. El retablo de San Nicolás, plateresco, de mediados del siglo XVI, con influencias de la Escuela de Valladolid, y de Felipe Vigarny. Y el retablo de San Miguel, del siglo XVIII, dedicado a los arcángeles. Un magnífico tríptico flamenco, fechado en 1559, procedente de San Nicolás, una tabla castellana del siglo XVI de la Presentación del Niño Jesús. Un Cristo Románico, y un lienzo con la escena del Santo Sepulcro, obra de Tiziano, sobre el altar del trascoro.

Además se custodia el Lignum Crucis proveniente de la parroquia de la Santa Cruz. La reliquia regresó a Soria en 1522, cuando el Papa Adriano VI la requirió para venerarla devolviéndola al año siguiente.

El 9 de marzo de 1959, tras años de peticiones, el Papa Juan XXIII, por Bula«Quandoquidem Animorum», otorgó el título de Concatedral a la colegiata de San Pedro, compartiendo desde ese momento la sede catedralicia con el Burgo de Osma.