Otros santos diocesanos
Beatos Diocesanos
San Pedro de Osma
Nacido en Bourges, en Francia, hacia el año 1040, recibió de sus piadosos padres una sólida educación cristiana y, habiéndose formado convenientemente en las letras, según la costumbre del tiempo, se dedicó a la carrera de las armas, en las que dio buenas pruebas de su carácter intrépido y decidido. Consciente, pues, de los gravísimos peligros a que en esta vida se exponía, e ilustrado por Dios sobre las vanidades del mundo, determinó entregarse a su servicio en la vida religiosa.
Entró en el monasterio de Cluny, que constituía el centro de la reforma cluniacense de la Orden benedictina, entonces en su máximo apogeo, y allí vivió varios años, entregado a la práctica de las virtudes religiosas.
Parecía que iba a continuar una vida tranquila en su monasterio; pero Dios tenía otros planes sobre él. En efecto, el rey Alfonso VI de León y Castilla, en su afán por el avance del cristianismo en España, no sólo dio un empuje extraordinario a la Reconquista, sino que trabajó con el mayor empeño en la reforma y renovación eclesiástica de todos sus territorios. Conociendo, pues, la prosperidad en que se hallaba la reforma cluniacense en Francia, suplicó encarecidamente al abad de Cluny que enviara a España algunos monjes escogidos de su monasterio y, en efecto, le fueron enviados algunos, al frente de los cuales se hallaba Bernardo de Sauvetat, con los cuales se reorganizó el monasterio de Sahagún, que bien pronto se convirtió en el Cluny de la España cristiana.
No mucho después, el año 1085, al realizar Alfonso VI la reconquista de Toledo, que tanta resonancia alcanzó en toda la cristiandad, designó como su primer arzobispo al abad Bernardo de Sahagún que, desde entonces, con el nombre de don Bernardo, fue el alma de la renovación religiosa de España.
Según refieren don Rodrigo Jiménez de Rada y Yepes en su Crónica General Benedictina, don Bernardo, ya arzobispo de Toledo, conociendo bien a los monjes de Cluny y deseando utilizarlos para la gran obra de reforma de España, obtuvo que se le enviaran algunos, escogidos, entre los cuales se distinguía el monje Pedro de Bourges. Llegó, pues, Pedro a Sahagún juntamente con los demás y durante el corto tiempo que allí se detuvo contribuyó a afianzar definitivamente la reforma cluniacense, no sólo en aquel monasterio sino en otros muchos en los que ésta se fue introduciendo.
Entretanto don Bernardo de Toledo, que conocía a fondo su eximia virtud y sus grandes cualidades naturales, obtenida la aprobación del rey Alfonso VI, lo llamó a Toledo y, asignándole el cargo de arcediano de la Catedral, lo constituyó en una especie de secretario suyo en el inmenso trabajo de la organización de la Diócesis y de las iglesias que se iban conquistando a los musulmanes, distinguiéndose en su nuevo cargo por su religiosidad, espíritu de trabajo y amor a los pobres.
En estas circunstancias, cuando Pedro se hallaba más centrado en su trabajo, tuvo lugar la conquista de Osma, para cuya reorganización eclesiástica, como había hecho anteriormente con Toledo, quiso Alfonso VI destinar a uno de los hombres de mayor confianza. Entonces destinó para la iglesia de Osma a Pedro, y, efectivamente, vencida la resistencia que éste sentía para abrazarse con aquella dignidad, y obtenido el nombramiento de parte del Papa, se dirigió a Osma para tomar la dirección de esta Iglesia.
Comienza así la gran labor, enormemente meritoria, de San Pedro de Osma, que puede ser presentado como monje modelo y como un dechado de virtudes entre los grandes prelados de su época.
Como Obispo de una Iglesia pobre, que acababa de ser reconquistada de los moros, tuvo que cargar sobre sus espaldas el ímprobo trabajo de la reconstrucción moral y material de la Diócesis. La Catedral, destruida hasta los cimientos, tuvo que ser levantada de nuevo. Con el celo de la gloria de Dios que le abrasaba emprendió decididamente este trabajo, llevándolo tan adelante que pudo iniciar el culto en la nueva Catedral, si bien no quedó ésta completamente acabada.
A la par que en el templo material trabajó desde el principio con toda su alma por la reconstrucción espiritual de sus ovejas, procurando fomentar en ellas por todos los medios posibles la vida religiosa, eliminando toda clase de abusos, extendiendo los principios fundamentales de la reforma cluniacense, que él representaba. De este modo se puede afirmar que, a los pocos años de su gobierno de la Diócesis de Osma, ésta quedó material y espiritualmente renovada.
El año 1109, cuando terminaba la visita de una buena parte de la Diócesis, se dirigió a Toledo, donde se hallaba Alfonso VI gravemente enfermo. San Pedro de Osma le asistió hasta la muerte. Después de la muerte del gran rey acompañó a sus restos al monasterio de Sahagún, donde el monarca había dispuesto que fuesen enterrados. Una vez realizada esta piadosa ceremonia, mientras Pedro de Osma, rendido de fatiga, volvía a la Diócesis se sintió enfermo y, llegado a Palencia, el 2 de agosto entregó allí su alma a Dios.
Conforme a su deseo expresamente manifestado antes de morir, sus restos fueron conducidos a Osma y depositados en su Catedral. Así se cumplía su voluntad de que su cuerpo reposara junto a su Iglesia, a la que él consideraba como su esposa.
Santo Domingo de Guzmán
Su padre, Félix de Guzmán, era un noble muy cercano al Rey de Castilla. Su madre era la Beata Juana de Aza de quien Domingo recibió su educación primera.
Cuando tenía seis años fue entregado a un tío suyo, arcipreste, para su educación. A los catorces años fue enviado al Estudio General de Palencia, el primero y más famoso de toda esa parte de España, y en el que estudiaban artes liberales, es decir, todas las ciencias humanas y sagrada teología. El joven Domingo se entregó de lleno al estudio de la teología.
Eran tiempos de continuas guerras contra los moros y entre los mismos príncipes cristianos. Una gran hambre sobrevino a toda aquella región de Palencia. Domingo se compadeció profundamente de los pobres y les fue entregando sus pertenencias. En los oídos de Domingo martilleaban las palabras del Maestro: «Un mandamiento nuevo os doy, que os améis los unos a los otros como yo os he amado». Llegó un momento en el que solo le quedaba lo que mas preciaba, sus libros. Entonces pensó: «¿Cómo podré yo seguir estudiando en pieles muertas (pergaminos), cuando hermanos míos en carne viva se mueren de hambre?». Un día llegó a su presencia una mujer llorando y le dijo: «Mi hermano ha caído prisionero de los moros». A Domingo no le queda ya nada que dar. Decide venderse como esclavo para rescatar al esclavo. Este acto de Domingo conmovió a Palencia.
Domingo conmovió a la ciudad de Palencia de manera que se produjo un movimiento de caridad y se hizo innecesario vender sus libros o entregarse como esclavo. También surgieron vocaciones para la Orden que mas tarde Domingo fundaría.
A los 24 años de edad, Domingo fue llamado por el Obispo de Osma para ser canónigo de la Catedral. A los 25 años fue ordenado sacerdote.
El Rey Alfonso VIII había encargado al Obispo de Osma, en 1203, la misión de dirigirse a Dinamarca a pedir la mano de una dama de la nobleza para su hijo Fernando. El Obispo acepta y como compañero de viaje lleva a Domingo. Al pasar por Francia, Flandes, Renania e Inglaterra, Domingo quedó preocupado al constatar la extensión de las grandes herejías, los cátaros, valdenses y otras herejías procedentes del maniqueísmo oriental. Éstos negaban muchos dogmas de la fe católica, incluso la Redención por la Cruz de Cristo y los Sacramentos.
En 1207 Domingo, con algunos compañeros, entre ellos el Obispo de Osma, se entrega de lleno a la vida apostólica, viviendo de limosnas, que diariamente mendigaba, renunciando a toda comodidad, caminando a pie y descalzo, sin casa ni habitación propia en la que retirarse a descansar, sin más ropa que la puesta.
Comprendiendo la necesidad de instruir a aquellas gentes que caían en las herejías, determinó fundar la Orden de predicadores, dispuestos a recorrer pueblos y ciudades para llevar a todas partes la luz del Evangelio. Funda centros de apostolado en todo el sur de Francia. Pero, reconociendo que para combatir las herejías era necesaria una buena formación teológica, busca un doctor en teología que instruyera a la comunidad. Más tarde, uno de sus discípulos en la orden sería la lumbrera más grande que haya tenido la iglesia universal: Santo Tomás de Aquino.
La misión de los dominicos, predicar para llevar almas a Cristo, encontró grandes dificultades pero la Virgen vino a su auxilio. Estando en Fangeaux una noche, en oración, tiene una revelación donde, según la tradición, la Virgen le revela el Rosario como arma poderosa para ganar almas.
El 21 de enero de 1217, el Papa Honorio III aprobó definitivamente la obra de Domingo, la Orden de los predicadores o Dominicos.
En 1220 la herejía de los cataros y albigenses se había extendido por Italia. El Papa Honorio pone a Domingo a cargo de una gran misión.
Murió en Bolonia el 6 de agosto de 1221. Fue canonizado por Gregorio IX en 1234. El Papa dijo: «De la santidad de este hombre estoy tan seguro, como de la santidad de San Pedro y San Pablo».
San Saturio
San Saturio nació en el año 493. Según la leyenda era un godo que provenía de una familia adinerada. A la muerte de sus padres dio todos sus bienes a los pobres y se retiró a estas cuevas para vivir santamente en oración permanente con Dios y el Arcángel San Miguel.
Cuando llevaba treinta años vio a un joven intentando cruzar el río. Empezó a darle gritos por lo peligrosa que era tal aventura. El joven se llamaba Prudencio. Al oír las voces del eremita, asustado, se tiró al río. Y cuando todo el mundo esperaba que llegase muerto arrastrado por la corriente, llegó, sin embargo, sano y salvo. Es más: las aguas ni siquiera le habían mojado. El joven subía hasta aquellos riscos para pedir su bendición y solicitar vivir a su lado.
Tras siete años juntos, Saturio murió y Prudencio, después de enterrarle en la cueva volvió a su lugar, Tarazona, donde su fama de santidad hizo que fuera elevado el episcopado.
San Prudencio
San Prudencio, Obispo de Tarazona, se cree que nació en esta ciudad hacia el 720. A la edad de 15 años decidió abandonar la casa paterna y retirarse a orar en soledad. Coincidió con el ermitaño Saturio, bajo cuya dirección espiritual estuvo siete años.
Dejó la soledad para ir a predicar el Evangelio a Calahorra. Allí convirtió a muchos paganos que aún había, gracias sobre todo al don de curar las enfermedades del alma y del cuerpo, por lo que adquirió gran fama. Por huir de ésta, pasó a Tarazona, donde se distinguió por su ejemplarísima vida. Se puso desde el primer día al servicio de la Iglesia, donde ejerció primero de sacristán, luego recibió las sagradas órdenes y más adelante fue nombrado arcediano.
En esa responsabilidad se mantuvo hasta que, habiendo muerto el Obispo, clero y fieles le rogaron que quisiera ser el sucesor en la silla episcopal. Accedió el santo varón y fue consagrado Obispo. Hubo de intervenir en el Burgo de Osma para restablecer las relaciones pacíficas entre el Obispo de esa ciudad y sus canónigos, cosa que consiguió a plena satisfacción de ambas partes.
Cuando estaba dispuesto a volver a su tierra, fue víctima de una grave enfermedad que acabó con él. Corría el año 861. Al haber muerto fuera de su Diócesis, su cuerpo fue trasladado por un carro de mulas. Al llegar a seis leguas de la ciudad, no hubo fuerza humana capaz de hacer avanzar más el carro en que eran trasladados los restos mortales del santo Obispo. Allí mismo se edificó un gran monasterio.
San Martín de Finojosa
D. Miguel Muñoz de Finojosa y su esposa Dª Sancha Gómez, de abolengo ilustre y familia nobilísima, fueron los padres de Martín de Finojosa, que nació en la segunda mitad del siglo XII y que llegaría a ocupar la Sede de Sigüenza desde 1186 a 1192.
Nació Martín en Deza hacia el año 1140. A los 18 años de edad tomó el hábito religioso en Cántabos, en la Orden Cisterciense, donde hizo su noviciado, trasladándose después al monasterio de Santa María de Huerta. A los veintiséis años de edad fue nombrado Abad de este Monasterio.
Vacante la silla episcopal de Sigüenza, tras haber muerto su obispo D. Gonzalo, fue nombrado para sucederle el santo Abad de Huerta Fray Martín de Finojosa que brilló en esta Sede con enorme virtudes.
De profunda humildad, renunció al Obispado seguntino para retirarse a vivir ocultamente entre sus amados monjes de Huerta, donde sobrevivió todavía veintiún años. Al regresar de un viaje al Monasterio de la Oliva, murió en Subdosa (hoy Sotoca) a los setenta y tres años de edad.
El R. P. Crisóstomo Henríquez, cronista general de los Cistercienses en el Monologio de la Orden afirma: «En España, San Martín, Abad de Huerta y Obispo de Sigüenza, que con evidentes señales de virtudes mostró desde su niñez indicios de santidad, y conservando incorrupta la integridad de su alma y de su cuerpo, resplandeció en espíritu profético y varios milagros. Después de haber regido la Iglesia seguntina por espacio de siete años, anhelando la quietud de la soledad, dejando el Obispado, volvió a su propio Monasterio donde hizo vida angelical hasta los setenta y tres años. Al regreso de una visita que hizo al Monasterio de Oliva, murió piadosamente en el camino, habiendo conocido algunos días antes, por revelación divina, que estaba muy próxima su muerte. Exhaló su cuerpo olor suavísimo y celestial que se difundió por toda la casa, notándose allí durante muchos días. El instante de su fallecimiento fue divinamente conocido por los monjes de Huerta, quienes llevaron el sagrado cuerpo sepultándole honoríficamente en el Monasterio. En su sepulcro se han verificado varios milagros».
Santo Domingo de Silos
Nació en La Rioja, cerca del año 1000. Entró de religioso con los Padres Benedictinos en el famoso monasterio de San Millán de la Cogolla y, estando allí, hizo grandes progresos espirituales recibiendo del Espíritu Santo la inspiración para interpretar los temas de la Revelación divina contenidos en la Sagrada Biblia. Llegó a ser superior del convento y, en sólo dos años, restauró totalmente aquella construcción que ya estaba deteriorada.
Un día llegó el rey de Navarra a exigirle que le entregara los cálices sagrados y lo más valioso que hubiera en el convento para dedicar todo esto a los gastos de guerra. Santo Domingo se le enfrentó valientemente y le dijo: «Puedes matar el cuerpo y a la carne hacer sufrir pero sobre el alma no tienes ningún poder. El Evangelio me lo ha dicho, y a él debo creer, que sólo al que al infierno puede echar el alma, a Ese debo temer».
El rey de Navarra, lleno de indignación, desterró al abad Domingo. Al enterarse de lo ocurrido, el rey Fernando I de Castilla lo mandó llamar y le confió el Monasterio de Silos, que estaba en un sitio estéril y alejado; además se hallaba en estado de total abandono y descuido, tanto en lo material como en lo espiritual.
Santo Domingo demostró ser un genio organizador con un talento para la restauración. Levantó un monasterio ideal, y formó, entre otras cosas, una biblioteca llena de los mejores libros de ese tiempo, transformando aquella casa en un lugar de trabajo y oración.
Santo Domingo de Silos logró liberar a más de 300 cristianos que estaban prisioneros y eran utilizados como esclavos por los musulmanes. Por esta razón se le representa frecuentemente acompañado de hombres con cadenas.
El biógrafo, que escribió sobre la vida de este santo, poco después de su muerte, dice que no había enfermedad que las oraciones de este santo no lograran curar.
96 años después de su muerte, el santo se apareció en sueños a la madre de Santo Domingo de Guzmán para anunciarle que tendría un hijo que sería un gran apóstol. Por eso cuando el niño nació lo llamaron Domingo en honor al santo de Silos.
Murió el 20 de diciembre del año 1073.
San Pedro Póveda
Nació en Linares (Jaén) el día 3 de diciembre de 1874. Allí recibió el Bautismo en la Parroquia de Santa María una semana después, y la Confirmación el 5 de abril de 1875. Fue el mayor de seis hermanos, hijos del matrimonio compuesto por don José y doña María Linarejos. Su padre era químico en una Sociedad minera y concejal del Ayuntamiento.
Desde muy niño sintió atracción por el sacerdocio y, apenas cumplidos los diez años, manifestó su deseo de estudiar en el Seminario de Jaén. Tras prolongada insistencia, lo consiguió al terminar el segundo curso de Bachillerato, a condición de que hiciera a la vez los estudios eclesiásticos y los civiles. En 1893 obtuvo el título de Bachiller. En esos años aprendió a mirar con caridad a los pobres de los suburbios y a los numerosos emigrantes que trabajaban en las minas.
Por dificultades económicas de la familia, a causa de la enfermedad del padre, en 1894 se trasladó al Seminario de Guadix (Granada), donde le fue concedida una beca por el Obispo de esta Diócesis, el Siervo de Dios Maximiano Fernández del Rincón. Allí terminó sus estudios y el 17 de abril de 1897, sábado santo, fue ordenado sacerdote en la capilla del Obispado, donde celebró su primera Misa solemne el día 21.
El comienzo de su vida sacerdotal estuvo plenamente dedicado al servicio de la Diócesis. Fue Vicesecretario del Obispo y Secretario del Gobierno Eclesiástico, Profesor y Director espiritual del Seminario.
En 1906 fue nombrado canónigo de la Basílica de Santa María de Covadonga (Asturias), donde permaneció siete años. En Covadonga, «mirando a la Santina», descubrió la llamada que en adelante daría sentido a su vida: la importancia de la función social de la educación y de que los maestros estuvieran bien preparados profesionalmente, vivieran su fe de modo coherente y responsable, fueran solidarios y supieran cooperar. Tuvo la audacia de proponer un amplio plan de formación y coordinación del profesorado católico y, dispuesto siempre a «comenzar haciendo», desde 1911 fundó Academias para estudiantes de Magisterio, Centros Pegagógicos y Revistas, germen de la Institución Teresiana.
Para impulsar mejor estas fundaciones, que agrupaban a personas dedicadas a evangelizar en el mundo de la educación y de la cultura, en 1913 se trasladó a Jaén, donde fue canónigo de la Catedral, se hizo Maestro y trabajó como profesor del Seminario y de las Escuelas Normales. Allí conoció a la Sierva de Dios María Josefa Segovia, su principal colaboradora, y después primera Directora General de la Institución Teresiana.
En 1921 fue nombrado capellán real, lo que le obligó a residir en Madrid. Allí recibió otras comisiones, como ser Vocal de la Junta Central contra el Analfabetismo, y se dedicó también a consolidar la Institucion Teresiana, que obtuvo aprobación pontificia en 1924 como «Pía Unión» (Asociación de Fieles).
En nuestra Diócesis fue Canónigo Arcipreste de la S. I. Catedral de Osma desde el año 1922 hasta su martirio.
El 27 de julio de 1936, cuando acababa de celebrar la Eucaristía, fue detenido en su casa de la calle de La Alameda de Madrid. No ocultó su identidad ante quienes fueron a buscarlo: «Soy sacerdote de Jesucristo». Unas horas después, al ser separado de su hermano, que le había acompañado, le dijo: «Serenidad, Carlos, se ve que el Señor, que me ha querido fundador, me quiere también mártir». A la mañana siguiente una profesora y una joven doctora de la Institución Teresiana encontraron su cadáver junto a la capilla del cementerio de La Almudena, con signos de haber recibido disparos de bala. Sobre su pecho aparecía, atravesado, el escapulario de la Virgen del Carmen. Tenía sesenta y un años de edad. Trasladaron su cadáver a la sacramental de San Lorenzo, donde recibió sepultura el día 29.
Fue beatificado por Juan Pablo II en Roma el día 10 de octubre de 1993 y canonizado por el mismo Papa en la Plaza de Colón, de Madrid, el 4 de mayo de 2003.
Beato Juan de Palafox y Mendoza
Juan de Palafox nació el 24 de junio de 1600 en Fitero (Navarra). Fue hijo ilegítimo de Jaime de Palafox y Rebolledo, más tarde segundo marqués de Ariza, y Ana de Casanate y Espés, viuda de noble estirpe, que mantuvo oculto su embarazo y, llegado el momento del parto, se retiró a los Baños de Fitero. Nacido el niño, la madre encargó a una criada que se deshiciera de él. La criada se dirigió al río con la intención de arrojarlo a sus aguas cuando fue descubierta por el guardián de los Baños, Pedro Navarro, quien se hizo cargo de la criatura hasta que en 1609, su padre le reconoció y pasó a vivir a su casa, donde recibió una esmerada instrucción.
De regreso a Ariza tras cursar estudios en diferentes ciudades, su padre le encomendó el gobierno del marquesado (1620-1626). En 1626 acudió a las Cortes de Aragón donde conoció al conde duque de Olivares, que le ofreció el cargo de fiscal del Consejo de Guerra (1627), por lo que se instaló en Madrid. En 1629 fue ordenado sacerdote.
Beato Ciriaco María Sancha y Hervás
Ciriaco Sancha y Hervás nacía en Quintana del Pidio (Burgos) el 18 de junio de 1833 en el seno de una modesta familia de labradores. Su infancia y primera juventud discurren en las faenas propias del campo castellano, entre viñedos y rebaños que esquilar. Un momento especial de sufrimiento lo produciría la prematura muerte de su madre, cuando Ciriaco contaba con diez años. A los trece perdería a su hermana mayor, su segunda madre. Con diecinueve de edad ingresaba en el Seminario de su diócesis, Osma, para comenzar la carrera breve de estudios eclesiásticos. Pero sus cualidades y virtud aconsejaron becarle para cursar la carrera eclesiástica completa. En 1858 era ordenado sacerdote en el Burgo de Osma. Durante los primeros años de su sacerdocio pudo compatibilizar la docencia en el Seminario con la ampliación de estudios teológicos, que culminó brillantemente en Salamanca en 1861.
Sacerdote en Cuba
En 1862 el arzobispo de Santiago de Cuba, don Primo Calvo Lope, le proponía acompañarle a las Antillas y le nombraba Secretario de Cámara y Gobierno de su Arzobispado. Allí desarrolló una fecunda labor apostólica, orientada en gran medida al servicio y alivio de los damnificados por la primera guerra de independencia cubana; a tal fin fundaría en 1869 las Hermanas de los pobres inválidos y niños pobres, en la actualidad Hermanas de la Caridad del Cardenal Sancha. La muerte repentina de don Primo Calvo dos años antes, en 1867, dejaba vacante aquella sede. Don Ciriaco recibía el nombramiento de Medio Racionero de la catedral de Santiago de Cuba, y poco tiempo después ganaba la oposición a canónigo penitenciario. La revolución de 1868, y la posterior proclamación de la I República, abría un triste capítulo de anticlericalismo en España. Un grave incidente se produjo cuando el gobierno eligió a Pedro Llorente Miguel para ocupar la vacante sede de Santiago de Cuba; candidato de dudosa conducta, no llegó a recibir de Roma la bula de nombramiento para ocupar la sede arzobispal cubana. Se abría un cisma en aquella archidiócesis (1-agosto-1873), que provocó el ingreso en prisión de don Ciriaco y don José María Orberá y Carrión –encargado del Vicariato Eclesiástico– por permanecer fieles a la Santa Sede.
El 13 de marzo de 1876 recibía la consagración episcopal de manos del Primado, don Juan Ignacio Moreno Maisonave, como obispo auxiliar de Toledo. Añadía a su primer nombre el de María, por su devoción a la Madre de Dios. Ejerció su ministerio sobre todo en Madrid, donde estuvo encargado de la vida consagrada, promoviendo además la organización de la asociación de la Propagación de la Fe –primera en fundarse en España–. Asimismo preparó el camino para que Madrid fuera erigida como diócesis; en su ministerio se impulsó la construcción de un templo en honor de Santa María de la Almudena. Aparte de su pastoreo en la Villa y Corte, realizó la visita pastoral por la amplísima archidiócesis que constituía entonces Toledo.
Obispo de Ávila
Nombrado seis años después obispo de Ávila, tomó posesión de esta sede el 29 de junio de 1882. Allí volvió a hacer gala de una incansable actividad asociada a una profunda vida interior. Fruto de lo cual fue la visita pastoral por toda la diócesis. Se dedicó con todo entusiasmo a impulsar el espíritu sacerdotal de su clero y elevar el nivel moral, intelectual y espiritual del Seminario, creando una sección de seminaristas pobres. Asimismo fundó la primera Trapa femenina de España en Tiñosillos, dotándole de unas constituciones propias, adaptadas a la realidad española. En Ávila no fue ajeno al desarrollo de los acontecimientos sociales y políticos nacionales, en los que luchó por la independencia de la Iglesia frente a las ingerencias del poder civil.
Obispo de Madrid-Alcalá
Promovido en octubre de 1884 para ser el primer obispo de Madrid-Alcalá, la Santa Sede contemplaba en él no sólo su fuerte adhesión al Santo Padre, sino también su agudeza de mente y la constancia en llevar a cabo sus proyectos. Cualidades todas ellas muy importantes para levantar una diócesis naciente y con problemas difíciles de resolver (acababa de ser asesinado don Narciso Martínez Izquierdo, primer obispo de Madrid-Alcalá). El 8 de septiembre haría su entrada solemne en la capital.
Sensible a la preocupación eclesial y social del Papa, se situó en primera línea entre los obispos por su visión de la realidad española. La publicación de la encíclica de León XIIIRerum Novarum le hizo intensificar la divulgación de la doctrina social de la Iglesia. Otras realizaciones en la capital del Reino fueron el impulso dado para la creación del Seminario Conciliar, fomentando el acceso de los pobres a la carrera eclesiástica; la prosecución de las obras de la catedral de la Almudena; la implantación de nuevos institutos religiosos, así como asociaciones de laicos para la propagación de la fe y la caridad.
Arzobispo de Valencia
El 17 de noviembre de 1892 hacía su entrada en Valencia. Se encontró con una realidad muy compleja y convulsa por su desarrollo industrial y la presión que el republicanismo anticlerical ejercía sobre los obreros.
En el consistorio del 18 de mayo de 1893 don Ciriaco María era creado cardenal, con el título de San Pedro in Montorio.
La conversión del Seminario Central en Universidad Pontificia se cuenta entre sus logros, siempre buscando la mejor formación de las vocaciones al sacerdocio y la promoción moral y espiritual del clero. Dicha promoción resultaba extremadamente difícil debido, entre otras razones, al estado de indigencia en que se encontraban los sacerdotes, sin medios para su propia subsistencia. Entre otras cosas, trabajó denodadamente para liberar al clero de compromisos políticos, consciente de que en ello se jugaba la dignidad del estado sacerdotal y la penetración que el Evangelio estaba llamado a efectuar en la sociedad.
Arzobispo de Toledo
El 24 de marzo de 1898 era nombrado Arzobispo de Toledo, Primado de España y Patriarca de las Indias Occidentales, haciendo su entrada solemne el 5 de junio. Se encontró con un Seminario en estado de postración, por lo que al mes de su ingreso en la diócesis encomendó la formación de los seminaristas a don Manuel Domingo y Sol y su Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos; cosecharían grandes éxitos en la promoción de este centro tan vital para la diócesis. El Seminario formó parte de sus desvelos más continuados y consiguió imprimir un nuevo estilo de sacerdote: de profunda y recia espiritualidad, de una sólida formación intelectual y humana, enmarcada en un estilo sencillo y de gran amor a la Iglesia.
Colaboró decisivamente en la fundación y desarrollo de las Damas Catequistas, que desplegaron una gran actividad evangelizadora en la capital y distintos pueblos de la diócesis, en el mundo obrero y carcelario, cosechando grandes frutos.
Murió en Toledo el 25 de febrero de 1909.
Fue beatificado el domingo 18 de octubre de 2009 en Toledo, en una ceremonia presidida por el prefecto de la Congregación vaticana para las Causas de los Santos, Cardenal Angelo Amato, Legado del papa Benedicto XVI.
Beato Julián de San Agustín
Religioso profeso de la Primera Orden franciscana, nació hacia 1553 y murió en 1606. Fue beatificado por León XII el 23 de mayo de 1825.
Julián Martinet, nuestro beato, nació en Medinaceli (Soria). Era hijo de Andrés Martinet, francés fugitivo de Toulouse a causa de los calvinistas, y de Catalina Gutiérrez, joven obrera de Aguaviva de la Vega. En edad juvenil vistió el hábito de los Hermanos Menores en el Convento-Retiro de La Salceda. Desde un principio se dio a tan exageradas penitencias que sus hermanos lo juzgaron como loco y le aconsejaron retirarse. Después de mucha insistencia, fue recibido nuevamente, pero luego fue despedido por los mismos motivos.
Este hecho le movió a irse a vivir cerca del convento llevando una vida eremítica; cada día pedía a los frailes un trozo de pan, y éstos, conmovidos por su vida santa, lo aceptaron por tercera vez en el convento, tras lo que -finalmente- pudo emitir la profesión en la Orden franciscana.
Después de una breve permanencia en Ocaña, regresó de nuevo al convento de San Diego de Alcalá. Al encomendársele el oficio de limosnero se distinguió por la rigurosa mortificación, la pobreza y la humildad. Favorecido con el don de profecía y de ciencia infusa, mereció una gran veneración por parte del pueblo, al que edificó con sus virtudes y en el que logró muchas conversiones.
El amor hacia Dios le inspiraba comprensión para con el prójimo. La miseria de los pobres despertaba en él una tierna compasión. Se interesaba por sus necesidades, los consolaba hablándoles de la felicidad del cielo; exhortaba a los ricos a ayudar a los pobres y a darles trabajo. Dividía su alimento con los hambrientos.
Era maravilloso su apostolado cuando de puerta en puerta pedía la limosna. Por muchos años ejercitó este apostolado con humildad y paciencia; tenía para todos una palabra de aliento, para llevar almas a Dios, quien glorificaba la humildad de su siervo con prodigios: muchos enfermos fueron curados, multiplicaba los alimentos; profesores de la universidad de Alcalá a menudo iban a consultarle sobre difíciles asuntos y volvían maravillados de sus respuestas, convencidos de que Dios le había infundido la ciencia.
Después de una vida pura, inocente, mortificada, plena de obras buenas, Fray Julián vio llegar finalmente la hora de la recompensa. Recibió los últimos sacramentos con gran fervor y luego, con el rostro iluminado por una luz divina, abandonó el destierro para llegar a la patria del cielo. Era el 8 de abril de 1606. Tenía 53 años de edad. A la noticia de su muerte el clero, los profesores de la Universidad, los nobles y sobre todo el pueblo que él había amado tanto, acudieron al convento de los Hermanos Menores para venerar al siervo de Dios, cuyo cuerpo permaneció expuesto por dieciocho días. Numerosos milagros sucedieron en su tumba, que fue colocada en una capilla que el pueblo de inmediato llamó de San Julián.
Beata Juana de Aza
De Juana de Aza, la verdad, es que no se saben muchas cosas. Y las que se saben pueden reducirse prácticamente a una: que fue la madre de Santo Domingo de Guzmán.
Esto no quiere decir que no se tengan de ella otros datos que éste. Como saberse, se sabe el nombre de su padre, que fue don García Garcés, señor del condado de Aza, mayordomo mayor, ayo y tutor del rey don Alfonso IX; y el de su madre, doña Sancha Bermúdez de Trastámara. Juana de Aza nació, pues, en el seno de una familia noble, enlazada varias veces con la casa real de Castilla.
Tampoco se ignora el nombre de su marido. Hacia los veinte años Juana de Aza se casó con don Félix Ruiz de Guzmán, señor de la villa de Caleruega. En esa villa vivieron ellos y allí nacieron sus tres hijos. El mayor, don Antonio, fue sacerdote y consagró su vida a los peregrinos y enfermos que acudían al sepulcro de Santo Domingo de Silos, cerca de Caleruega. El segundo, don Manés o Mamerto, siguió a su hermano menor y se hizo dominico. Santo Domingo fue el tercero de los hermanos, y parece que se llamó Domingo por un sueño que tuvo su madre en los meses que precedieron al nacimiento. Soñó Juana que llevaba en el vientre un cachorrillo (algunos dicen que se trataba de un cachorrillo blanco y negro) que tenía en la boca una antorcha y que salía y encendía el mundo. Juana se asustó y se fue a rezar a Santo Domingo de Silos, que había muerto cien años atrás. Le hizo una novena y parece que prometió que el hijo que iba a nacer llevaría el mismo nombre que el Santo. Lo que no podía prever es que, en el santoral, el hijo que Juana llevaba en las entrañas había de eclipsar al buen Santo Domingo de Silos, bajo cuya protección nacía.
La grandeza de Juana de Aza, como madre de Santo Domingo, radica menos en haberle dado a luz que en haberle dado luz: ella, sus cosas, sus gestos, fue la luz que alumbró la infancia de Domingo de Guzmán. En ella aprendió a vivir y a ser bueno: infantil, puerilmente bueno, bueno como niño, que es lo que era. ¿Y hay manera mejor de ser bueno que la de serlo como niño? Juana de Aza, madre de familia, era una gran maestra en esa suprema asignatura sobre la que precisamente se nos pasará el examen final, el amor.
Murió, a comienzos del siglo XIII, en Peñafiel. León XII confirmó su culto el día 1 de octubre de 1828.
Beatos Juan Jesús Adradas, Pedro María Alcalde y Gonzalo Gonzalo
Asesinados en Paracuellos de Jarama (Madrid) durante la persecución religiosa desatada contra la Iglesia católica en 1936.
En el historial persecutorio de los religiosos tiene la Orden de San Juan de Dios -a la que pertenecían nuestros tres beatos mártires- su capítulo no menos glorioso que el de los demás Institutos. Ellos son buen testimonio de que la persecución no se limitó a determinados aspectos de la vida política y social, sino que intentó la eliminación total del hecho religioso en España. Por eso no hubo excepciones, ni se tuvieron en cuenta las peculiaridades de las instituciones (ni tan siquiera las vidas de personas que, como los tres beatos, se dedicaban exclusivamente al cuidado de los enfermos) ni la dificultad de llenar sus vacíos.
Los Hermanos de San Juan de Dios, ligados con deberes sagrados con los enfermos, no podían abandonar a éstos para salvarse a sí mismos sin hacer traición al ideal sublime de su propia vocación, que es de dar la vida por los pobres enfermos, como lo tienen prescrito en uno de los artículos de las Constituciones.
Por eso, en los primeros meses de la contienda fratricida española, fueron brutalmente asesinados.
El P. Juan Jesús Adradas nació en Conquezuela (Soria) en 1878. Joven sacerdote de la Diócesis de Sigüenza, conoció a los Hermanos Hospitalarios en Zaragoza, en cuya familia religiosa ingresó en 1908. Encarcelado el 7 de agosto de 1936 fue incluido en una de las sacas de los frentepopulistas el 28 de noviembre. Tenía 58 años y 32 de vida religiosa.
Pedro María Alcalde nació en Ledesma (Soria) el mismo año que el P. Juan Jesús. Tras la muerte de su esposa, se dedicó con entusiasmo al cuidado de enfermos ayudando a los Hijas de la Caridad del Hospital viejo de Soria. Ingresó como hermano de San Juan de Dios en 1914. Encarcelado fue sacrificado por el odio anticatólico el 28 de noviembre, día en que tuvo la gloria de morir por el Señor.
El hermano Gonzalo Gonzalo nació en Conquezuela (Soria) en 1909. En 1932 entró en la familia de los Hermanos Hospitalarios, orden en la que vivió heroicamente su oficio de limosnero, recogiendo en la calle la limosna para el Asilo que cuidaba. Allí, en la calle, el 4 de agosto de 1936 murió en el ejercicio de un servicio de obediencia y caridad, arriesgando su vida y perdiéndola por Cristo.
P. Francisco Esteban Lacal, OMI
Nació en Soria el día 8 de febrero de 1888 en una familia de profundas raíces cristianas. Hizo sus primeros votos en julio de 1906 en el convento de los oblatos de Urnieta (Guipúzcoa). En 1911 fue a Turín (Italia) y allí completó los estudios eclesiásticos; fue ordenado presbítero el 29 de junio de 1912. Al año siguiente se incorporó, como profesor, a la Comunidad del Seminario Menor de Urnieta, donde estará hasta 1929. Este año fue destinado a Las Arenas (Vizcaya) como auxiliar del Maestro de Novicios. Un año más tarde, en 1930, regresa a Urnieta como Superior; y en 1932 es nombrado Provincial.
En 1935 trasladó su residencia a Madrid, a la casa que ya tenían los Oblatos en la calle de Diego de León. Allí acogió a un grupo de oblatos que, detenidos en su Comunidad de Pozuelo de Alarcón y llevados después a la Dirección General de Seguridad, fueron puestos en libertad el 25 de julio de 1936. Con ellos -y con sus hermanos de la Comunidad de la capital- sufrió las angustias de la persecución religiosa y la experimentó directamente cuando el 9 de agosto de 1936 fue expulsado de su propia Comunidad de Diego de León, por lo que se refugió en una pensión situada en la Carrera de San Jerónimo. El día 15 de octubre fue detenido y el 28 de noviembre fue martirizado con otros doce oblatos en Paracuellos del Jarama.
El Papa Benedicto XVI firmó el Decreto de martirio el 29 de abril de 2011.
Fue beatificado, junto con 21 compañeros oblatos, el 17 de diciembre de 2011 en Madrid.
Beatos Gabriel Barriopedro, Domingo González, Segundo Pastor y Silvestre Pérez
Hno. Gabriel Barriopedro Tejedor, CMF
Nacido el 18 de marzo de 1915 en Barahona y bautizado en esta misma parroquia. Claretiano, recibió la palma del martirio el 28 de julio de 1936 a los veintiún años en Fernán Caballero (Ciudad Real). Benedicto XVI firmó el Decreto de martirio el 1 de julio de 2010; sus restos mortales se encuentran en la parroquia de San Antonio María Claret (Sevilla). Los mártires de Fernán Caballero lo conforman un grupo de catorce jóvenes seminaristas en vísperas de ser ordenados sacerdotes (cuyas edades oscilaban entre los 20 y 26 años) y el Hno Felipe González (de 47 años); en la Causa de Beatificación les acompaña el P. José Mª Ruiz Cano (de 29 años), el único sacerdote del grupo.
Un viajero del tren donde fueron detenidos cuenta: «Ordenaron a los frailes que bajasen, que habían llegado a su sitio. Unos bajaron voluntariamente diciendo: Sea lo que Dios quiera, moriremos por Cristo y por España. Otros se resistían, pero con las culatas de los fusiles les obligaron a bajar. Los milicianos se pusieron junto al tren y los frailes frente a ellos de cara. Algunos de los frailes extendieron los brazos, gritando ¡Viva Cristo Rey y Viva España! Otros se tapaban la cara. Otros agacharon la cabeza. Uno que era muy bajito daba ánimos a todos. Empezaron las descargas y todos los frailes cayeron al suelo… Al incorporarse, algunos con las manos extendidas gritaban ¡Viva Cristo Rey!; volvieron a dispararles y cayeron».
El Papa Benedicto XVI firmó el Decreto de martirio el 1 de julio de 2010.
Fue beatificado en Tarragona, junto con otros 521 mártires más, el 13 de octubre de 2013.
P. Domingo González Millán, OSB
Tres monasterios benedictinos, y los tres de advocación mariana, quedaron en julio de 1936 en la zona republicana: Montserrat (Barcelona), El Pueyo (Diócesis de Barbastro, Aragón) y Montserrat de Madrid. El gran santuario mariano de Montserrathabía visto renacer la vida monástica benedictina en 1844. Al poco de producirse el Alzamiento Nacional del 18 de julio de 1936, los comités izquierdistas se adueñaron de los alrededores y comenzó el incendio de iglesias y la caza de sacerdotes y religiosos: la evidencia de la inminente persecución religiosa llevó a los monjes de Montserrat a decidir en capítulo el abandono del monasterio y la dispersión de la Comunidad. Los monjes de Montserrat se dispersaron por diversos lugares pero un total de 23 (de los que uno estaba en El Pueyo) fueron detenidos y martirizados. Entre este grupo de valientes testigos de la fe se hallaba el P. Domino González Millán, nacido y bautizado en La Losilla (Soria) el 16 de septiembre de 1880. Fue martirizado el 16 de agosto de 1936 en Barcelona; sus reliquias se hayan en la Basílica Abacial de Santa María de Montserrat. Los mártires del monasterio de Montserrat fueron asesinados entre el verano de 1936 e inicios de 1937; llama la atención la gran diversidad de edades: desde los 18 años (Dom Hildebrando Casanovas) hasta los 82 (P. José Mª Fontseré). Sus martirios no se produjeron en el santuario sino en distintos sitios al ser reconocidos como religiosos, apresados y asesinados.
El soriano P. Domingo González indicó al hermano de un monje que «yo ya he ofrecido mi vida a Dios cuando entré en religión, y de muy buen grado la daré por Él si llega el momento».
El Papa Benedicto XVI firmó su Decreto de martirio el 28 de junio de 2012.
Fue beatificado en Tarragona, junto con otros 521 mártires más, el 13 de octubre de 2013.
Hno. Segundo Pastor García, religioso de la Orden Hospitalaria de san Juan de Dios
Era hijo del matrimonio formado por Félix Pastor de Vicente y Escolástica García Chamorro y el segundo de dos hermanos. Nacido el 29 de abril de 1885, fue bautizado con el nombre de Pedro al día siguiente, en la parroquia de Ntra. Sra. de la Concepción, de Mezquitillas. Sus padres eran un matrimonio sencillo, de condición más bien humilde, pues el hogar vivía del trabajo de pastoreo, que ejercitaba el padre del Siervo de Dios. Así, en ese ambiente de sencillez creció y se desarrolló, pero recibió una educación sana y cristiana que se unía a su carácter apacible y bondadoso.
Su vida en la Orden fue ejemplar. Formando parte de la comunidad del Hospital San José de Málaga, fue testigo de la situación tan tensa y crítica que se vivía en la ciudad con iglesias y otros edificios siendo pasto de las llamas, manifestaciones violentas, etc.; el temor estaba en que todo ello podía extenderse al sanatorio en contra de los miembros de la comunidad y de los mismos enfermos. Es entonces cuando el superior ofreció a los religiosos la posibilidad de salir del sanatorio hasta que pasasen esos momentos críticos y se normalizaban las cosas; cada uno de los religiosos manifestó su voluntad de continuar en su misión hospitalaria. La disposición personal de Fr. Segundo era de «confianza en el Señor» y de solidaridad con los otros Hermanos y con su misión en ayuda de los enfermos: «Me quedo junto a los enfermos, pase lo que pase, y quiero correr la misma suerte…». Esta actitud le manifestó a su misma madre, cuando le escribió que fuera con ella, ya «que con lo que habían heredado de su tía y los ahorros que ella tenía, lo podían pasar bien»; a lo cual el Siervo de Dios le respondió: «que él no abandonaba la Comunidad pasara lo que pasara». El 17 de agosto de 1936 por la tarde, al ser detenida la comunidad, el Siervo de Dios Fr. Segundo Pastor no estaba con los demás. Los milicianos le echaron en falta y prometieron volver por él. Una hora más tarde, el Siervo de Dios se presentó a ellos y se lo llevaron. Momentos después, desde la misma casa, se oyeron unos disparos cayendo asesinado a poca distancia del sanatorio, junto al puente llamado de los Martiricos.
El Papa Francisco firmó su Decreto de martirio el 5 de julio de 2013.
Fue beatificado en Tarragona, junto con otros 521 mártires más, el 13 de octubre de 2013.
Hno. Silvestre Pérez Laguna, religioso de la Orden Hospitalaria de san Juan de Dios
Sus padres se llamaban Doroteo Pérez y María Laguna y fue tercero de ocho hermanos; bautizado al día siguiente en Villar del Campo, su localidad natal, se le impuso el nombre de Silvestre por el santo del día. A los 13 años, después de los estudios primarios en su pueblo, ingresó en la Escuela apostólica de los Hermanos de San Juan de Dios en Ciempozuelos, recibiendo el hábito religioso el día 9 de febrero de 1890, con el nombre de Fr. Silvestre.
Durante su vida como religioso hospitalario se distinguió por sus dotes intelectuales, gran bondad, exquisito trato y extraordinaria prudencia. Personalmente era muy austero y sobrio, y como enfermero hospitalario vivía siempre muy cercano de los pobres y enfermos siendo muy servicial. Su disponibilidad le dispuso para ocupar distintos cargos hospitalarios tanto en España como en América Latina.
En 1931, por especial deseo del entonces General de la Orden, Fr. Faustino Calvo, fue trasladado a Roma, donde se ocupó de la farmacia pública de la Isola Tiberina; en el mismo puesto permaneció hasta el Capítulo provincial de España, donde se determinó la división en tres de la Provincia española (1934). Fr. Silvestre quedó incorporado en la Provincia Bética y pasó a formar parte de la comunidad del hospital psiquiátrico de Málaga como viceprior de la comunidad. Con las revueltas políticas, sociales y religiosas que se intensificaron en Málaga en 1936, Fr. Silvestre dio una vez más signos de su maduro espíritu religioso y entereza de ánimo. Ante los registros inconsiderados al hospital, con amenazas por parte de los milicianos, el Siervo de Dios para liberar al superior, entonces blanco de las insidias, se ofreció personalmente para permanecer momentáneamente al frente del Centro, con el fin de que el responsable directo del hospital se librara de la fuerte tensión y posible muerte, en bien del sanatorio y de los enfermos. De poco sirvieron su apoyo y ofrecimiento pues los acontecimientos se precipitaron y los planes de los milicianos en combinación con el comité de empleados formado dentro del Centro acabaron con la vida de Fr. Silvestre, juntamente con casi todos los miembros de la comunidad de Hermanos Hospitalarios del hospital. Sorprendentemente se salvó el superior. El día 17 de agosto, por la tarde, mientras los religiosos estaban dando la cena a los enfermos, repartidos por los pabellones, milicianos juntamente con varios de los empleados del comité irrumpieron en el sanatorio en varios coches, apresaron a los religiosos y se los llevaron, siendo asesinado Fr. Silvestre juntamente con los otros religiosos.
El Papa Francisco firmó su Decreto de martirio el 5 de julio de 2013.
Fue beatificado en Tarragona, junto con otros 521 mártires más, el 13 de octubre de 2013.