La Unción de los enfermos y la pastoral de la salud

Desde el pasado 8 de enero un grupo de cuarenta personas han participado en el curso que ha ofrecido la Escuela diocesana de agentes de pastoral el Sacramento de la Unción de los enfermos en relación con la pastoral de la salud, en línea con el Jubileo de la misericordia, queriendo ahondar en la obra de misericordia «estuve enfermo y me visitasteis». El curso ha sido dirigido por el presbítero José Antonio Encabo Yagüe, delegado episcopal de pastoral de la salud, quien ha procurado ofrecer un acercamiento a la teología del Sacramento para hacer especial mención e hincapié en la dimensión práctica del Sacramento y poder revisar con objetividad la acción pastoral diocesana en el mudo del dolor, la enfermedad y ancianidad.

Los bloques temáticos de acercamiento al sacramento de la Unción han sido principalmente cuatro: 1. Fundamentación antropológica de la enfermedad, 2. Fundamento bíblico del Sacramento de la Unción, 3. Fundamento histórico-dogmático y 4. La dimensión pastoral del Sacramento. No es fácil hacer una síntesis del curso ni un resumen de los diálogos, reflexiones y las aproximaciones del grupo de participantes para afrontar la realidad concreta de nuestra acción pastoral en unas breves líneas; sugerimos algunas constantes, a modo de decálogo, que han estado presentes en todos los participantes:

  • La realidad humana de la enfermedad, la ancianidad y el dolor están presentes en nuestra realidad humana. Ante esta realidad caben distintas respuestas, apostando por una humanización de la enfermedad conscientes de que una respuesta técnico-científica es necesaria pero insuficiente; es necesario apostar por una apertura a la propia interioridad, buscando una atención integral del enfermo. La fe es respuesta a la necesidad de sentido y de trascendencia.
  • Para las personas creyentes, el sufrimiento y la enfermedad cobran un rico y nuevo significado, adquieren una nueva dimensión al ser asociados a los sufrimientos de Cristo, símbolo de la humanidad, vencedor del pecado y de la muerte. El cristiano no exalta el dolor ni al enfermedad ni la muerte pero sabe que puede integrarlos en su existencia y en su vida como elemento integrante de la totalidad edificante de su ser.
  • Jesús, con su predicación y con su acción, superó la idea principal de la revelación veterotestamentaria dónde la enfermedad era comprendida como consecuencia del pecado personal o estructural, concibiendo su ministerio como anuncio del Evangelio y liberación de los oprimidos por el mal, la enfermedad y el dolor. Los enfermos comprendieron la acción y presencia de Jesús con ellos como una presencia liberadora de la enfermedad y una apertura a una vida nueva.
  • Hemos comprobado con los testimonios de la comunidad neotestamentaria y de los Padres de la Iglesia cómo la comunidad cristiana cuidaba, atendía y se preocupaba especialmente de los más desvalidos y de los enfermos. Y esto nos interroga sobre nuestra preocupación actual por ellos.
  • El Sacramento de la Unción, que está atestiguado en el Nuevo testamento, en la Iglesia primitiva y en los diez primeros siglos del cristianismo, sufrió a lo largo de la historia un desplazamiento en su comprensión, pasando de ser un Sacramento para los que están enfermos a ser un Sacramento comprendido sólo para aquellos que están en peligro de muerte, más aún para los moribundos, entendiéndolo como «extremaunción» o última Unción. El Concilio Vaticano II ha querido devolver al Sacramento su sentido original, comprendiéndolo de nuevo como Unción de los enfermos, de forma que acompañe con la gracia y la oración de la Iglesia a aquellos que sufren enfermedad grave o ven disminuidas sus fuerzas por la vejez o la ancianidad.
  • En una sociedad que quiere ocultar la enfermedad, el sufrimiento o recluirla en una dimensión individualista o buscar solamente una respuesta técnica y científica, en un mundo secularizado la enfermedad puede ser motivo y momento oportuno de una nueva relación con Dios. La persona enferma puede llegar a tener una experiencia nueva e irrepetible de Dios, por su cercanía e incondicionalidad.
  • La Iglesia entera es responsable de esta misión y todos sus miembros hemos de prolongar el ministerio de Cristo, de forma que el hacerse cargo de los enfermos es una tarea situada en el corazón mismo del Evangelio. La preocupación y atención de los enfermos debe ser un tema transversal en todo momento de la vida comunitaria. Se debe aprovechar cualquier momento oportuno para interesarnos y preocuparnos por los enfermos y ancianos de nuestras parroquias, así como para hablar del Sacramento de la Unción de forma que no sea un «Sacramento olvidado».
  • Es importante la formación de un grupo de voluntarios, de cristianos comprometidos en pastoral de la salud en nuestras parroquias y comunidades cristianas, que estén atentos para descubrir los enfermos que hay en la parroquia, con sus correspondientes situaciones y necesidades, dando información a los párrocos y a la misma comunidad, elaborando un proyecto de acción.
  • Cuidar la visita a los enfermos en nuestras comunidades cristianas y parroquias, no siendo una visita protocolaria sino una acción permanente de la comunidad en su solicitud por los enfermos. Podemos cuidar nuestras relaciones de vecindad preocupándonos de los ancianos y enfermos de nuestro propio entorno.
  • Valoramos positivamente las celebraciones comunitarias de la Unción de los enfermos que se realizan en nuestras parroquias con motivo de Día del enfermo, de la Pascua del enfermo u otros momentos oportunos. Ayudan, por una parte, a situar el Sacramento en una verdadera pastoral de la salud y a superar una visión «mágica» y «ritualista» o del «último momento» del Sacramento; por otra, ayudan a la propia comunidad parroquial a preparar la celebración con visitas a los enfermos en sus casas y la preparación interior mediante el Sacramento de la penitencia, relacionando íntimamente penitencia y unción.

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