“Los mandó de dos en dos delante de Él…” (Lc 10, 1)

El domingo 2 de julio comenzó en Zaragoza la Misión de dos en dos; unos 300 hermanos del Camino Neocatecumenal de distintos lugares (País Vasco, Navarra, La Rioja, Castellón, Aragón y Soria) fuimos enviados a numerosos lugares de la zona nordeste de España sin nada, como dice el Evangelio, “sin alforja ni dinero” ni móvil, claro, como los apóstoles, de dos en dos para anunciar el Evangelio a las gentes. Antes de nada, el 3 de julio tuvimos una convivencia con una gran celebración penitencial y el sorteo de las parejas y de los destinos de la misión. A mí, en concreto, el Señor me regaló dos cosas: la primera, ir a Bilbao capital con una hermana de la parroquia de San Nicolás de Pamplona de 19 años y, la segunda, una verdadera comunión. Con el destino y el compañero, el 4 de julio por la mañana emprendimos el viaje.

A lo largo de los siete días hubo momentos muy duros: vernos rechazadas por personas en la calle e incluso en la misma Iglesia por parte de algún sacerdote; encontrarme con mi falta de fe y de amor hacia los demás, mis debilidades, pecados y mi incapacidad de acercarme a nadie a anunciar la Buena Noticia. Sin embargo, a pesar de mi pequeñez, he experimentado el amor que Dios me tiene a través de los muchos detalles que tuvo con nosotras en esa semana pues nos han acogido desde el primer día en la parroquia de San Felicísimo y no nos ha faltado de nada: ¡somos unas mimadas de Dios! Se ha cumplido en nosotras la Escritura: “Cuando entréis en una casa quedaos en ella hasta que os marchéis de allí” (Lc 9, 4).

El Señor permitió que diéramos nuestro testimonio en varias parroquias en la Eucaristía así como acercarnos a hablar con personas en los parques, poder escuchar sus sufrimientos, llevarles a sus vidas la esperanza y el amor de Dios. Ver que el Evangelio se cumple en mi vida, vivir con libertad por encima de las cosas materiales, recibir la fuerza de la oración y de la Eucaristía, y descubrir que Dios me ama como soy ha sido fundamental para poder llevar a otras personas el kerygma: ¡Dios te ama como eres, te ama tanto que entregó a su Hijo Único Jesucristo por ti, para salvarte y darle sentido a tu vida! Me siento una gran privilegiada por haber formado parte de esta misión y de dar gratis lo que he recibido gratis.

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