“Sentí la llamada de Dios desde bien pequeñita porque no podía ver sufrir a los pobres”

La Hermana Carmen Laguna es natural de Deza (Soria), localidad en la comarca del campo de Gómara; es Hermanita de los ancianos desamparados y sintió golpeada su vida “desde bien pequeñita porque no podía ver sufrir a los pobres”. “Me conmovía la situación de personas sin nada que pasaban por mi pueblo; yo le preguntaba a mi mamá dónde pasaban la noche cuando tenían que dormir al raso en aquellos tiempos en que caían buenas heladas y grandes nevadas”, afirma con los ojos humedecidos. “Mi madre me dijo que había personas que se dedicaban a cuidarlos… Yo me sentí muy tocada por dentro y le pregunté dónde estaban esas monjitas que cuidaban de los pobres”; sin embargo, “había muchas cosas que me atraían del mundo, especialmente la natación… me costó mucho dejarla cuando decidí entregarle mi vida a Dios”, afirma mientras ríe.

Antes de llegar a Cochabamba (Bolivia) donde está ahora ha recorrido muchos kilómetros: ingresó en el Aspirantado de Tafalla (Navarra) donde estuvo 4 años; a los 17 años marchó a Palencia como postulante y, más tarde, fue a Carabanchel (Madrid) y a Cuenca para hacer el juniorado. “Una vez que hice mi Profesión solemne estuve 7 años en Toledo y luego en Azuaga y Sagunto; en este último lugar la Madre General de mi Congregación me pidió que marchara a América, concretamente a Perú, para trabajar con las postulantes”, recuerda. “Con ellas estuve 18 años durante los cuales pasaron más de 600 chicas; hoy más de 200 son Hermanitas. ¡Doy tantas gracias a Dios por esta experiencia, por estas jóvenes tan valientes! ¡Cuántos recuerdos y cuántos regalos de Dios atendiendo en estos años en Lima a más de 500 ancianitos!”, relata emocionada.

Al recordar estos años también vienen a su mente momentos de gran sufrimiento: “Vivimos años muy duros pues el terrorismo estaba dando sus últimos coletazos… ¡a más de 700 personas dábamos de comer cada día y el milagro de poder hacerlo se repetía jornada tras jornada!”. “Recuerdo cuando llegué de España a Perú; yo venía de casas con 150 ancianos con despensas y cámaras frigoríficas llenas, gracias a Dios y a la generosidad de tanta gente; pero allí había que atender a 700 personas con despensas y almacenes vacíos. Yo le dije a Sor Ana (una Hermanita de Valdepeñas) con no poca angustia: «¿Qué vamos a dar mañana de comer?». Y ella, serena, me miró y me dijo: «Sor Carmen, te falta fe; comeremos». Eso me llegó al alma y recordé el pasaje del Evangelio en el que Jesús asegura que la Providencia cuidará de los que confían en Él. Milagrosamente multitud de víveres que estaban destinados a la Guerra del Golfo y que, a Dios gracias, no fueron necesarios nos los enviaron a las 13 casas para ancianos muy pobres que tenemos en Perú. Días después Sor Ana me dijo «¿Ya tienes fe?»”.

Tras sus años en Perú, Sor Carmen sirve ahora a los pobres en el Hogar “San José” en Cochabamba (Bolivia) “con una Hermanita colombiana y otras bolivianas y peruanas atendiendo a 150 ancianitos”. “Sólo puedo decir que soy muy feliz y doy muchas gracias a Dios por mi vida”, concluye sonriente.

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