Testigos de la fe (II)

Tres monasterios benedictinos, y los tres de advocación mariana, quedaron en julio de 1936 en la «zona roja» o «republicana«: Montserrat (Barcelona), El Pueyo (Diócesis de Barbastro, Aragón) y Montserrat de Madrid (priorato dependiente de la abadía de Santo Domingo de Silos, situada en la provincia de Burgos). El gran santuario mariano de Montserrat había visto renacer la vida monástica benedictina en 1844. Al poco de producirse el Alzamiento Nacional del 18 de julio de 1936, los comités izquierdistas se adueñaron de los alrededores y comenzó el incendio de iglesias y la caza de sacerdotes y religiosos: la evidencia de la inminente persecución religiosa llevó a los monjes de Montserrat a decidir en capítulo el abandono del monasterio y la dispersión de la Comunidad. El último acto comunitario había sido el previo canto de las Vísperas en el coro el 22 de julio. Bien pronto, los revolucionarios subieron al santuario y se fueron incautando de algunas dependencias pero, providencialmente, quedó a salvo del intento de incendiarlo. La imagen de la Virgen (la «Moreneta«) fue escondida por los monjes, que hubieron de salir de allí sin obtener el salvoconducto que se había solicitado para asegurar sus vidas durante el viaje.

Hubo también que evacuar a los huéspedes y a toda la gente que estaba ese verano en Montserrat, pero se dio la prioridad a los niños de la Escolanía y a sus familiares para que marcharan antes que nadie. Los religiosos fueron saliendo en varios grupos y a distinto tiempo; ninguno fue asesinado allí mismo.

Los monjes de Montserrat, por lo tanto, se dispersaron por diversos lugares, pero un total de 23 (de los que uno estaba en El Pueyo) fueron detenidos y martirizados. Otros fueron también apresados, aunque finalmente no se les mató, pero sufrieron un verdadero calvario; asimismo padecieron dificultades y penalidades los que estuvieron escondidos con gran peligro. Algunos pudieron ser fraternalmente acogidos en monasterios de la Orden en la España nacional, Portugal, Francia, Italia, Alemania, Suiza y Bélgica. Por otro lado, el Obispo de Pamplona, Mons. Marcelino Olaechea, S.D.B., consiguió el edificio del balneario de Belascoain, a 22 km. de Pamplona, para que pudiera reunirse allí parte de la Comunidad y rehacer la vida regular; además, muchas otras personas ayudaron a los monjes en la medida de sus posibilidades. Una vez concluida la guerra, se restauró de lleno la vida benedictina en Montserrat.

Entre este grupo de valientes testigos de la fe se hallaba el P. Domino González Millán, nacido y bautizado en La Losilla (Soria) el 16 de septiembre de 1880. Fue martirizado el 16 de agosto de 1936 en Barcelona; sus reliquias se hayan en la Basílica Abacial de Santa María de Montserrat. El Papa Benedicto XVI firmó su Decreto de martirio el 28 de junio de 2012.

Los mártires del monasterio de Montserrat fueron asesinados entre el verano de 1936 e inicios de 1937; llama la atención la gran diversidad de edades: desde los 18 años (Dom Hildebrando Casanovas) hasta los 82 (P. José Mª Fontseré). Sus martirios no se produjeron en el santuario sino en distintos sitios al ser reconocidos como religiosos, apresados y asesinados. Así, a pesar de la autorización y supuesta protección que tenían siete monjes (cuatro padres, que eran José Mª Fontseré, Domingo González, Juan Mª Roca y Ambrosio Mª Busquets; dos hermanos coadjutores, Eugenio Mª Erausquin y Emiliano Mª Guilà; y un benedictino visitante, P. Plácido Mª Feliú) para residir en un piso de la ronda de San Pedro de Barcelona, fueron sacados en la noche del 19 al 20 de agosto por un grupo de milicianos, uno de los cuales, después de proferir una blasfemia, empujó cruelmente al anciano P. José Mª Fontseré y le tiró por las escaleras de la vivienda donde se habían refugiado, porque las bajaba con dificultad. A continuación, les dieron el paseo nocturno y los fusilaron en el cruce de la calle Dels Garrofers con la avenida de la Victoria de Barcelona. Los cadáveres, abandonados, pudieron ser reconocidos y amortajados en el depósito del Hospital Clínico y transportados el domingo siguiente en siete ataúdes hasta el cementerio, donde fueron enterrados en nichos cedidos por amigos de Montserrat (incluso un benedictino disfrazado entre la gente pudo rezar un responso individual).

Menos suerte tuvieron otros monjes de la Comunidad, como el P. Odilón Mª Costa, Dom Narciso Mª Vila y Dom Hildebrando Mª Casanovas, que desaparecieron en la estación de ferrocarril de la Plaza de Cataluña y aparecieron muertos en el depósito del Clínico el 29 de julio, sin que nadie reclamara sus restos mortales, siendo así arrojados a una fosa común del cementerio sudoeste de Barcelona.

Es precioso constatar la disposición martirial con que los monjes de Montserrat afrontaban todo lo que pudiera acontecerles, incluso hasta la muerte, como efectivamente sucedió en el caso de los mencionados 23. Así, conforme a los testimonios recogidos para la Causa de beatificación y canonización, el P. Prior, Dom Roberto Grau, aseguraba que «mi corazón se encuentra en una dulcísimo expectación» y que aceptaba a ciegas la voluntad de Dios. El P. Fulgencio Albareda, al ser detenido en Tarrasa, afirmó «ofrecer su vida a Dios por la salvación de España«. El soriano P. Domingo González indicó al hermano de un monje que «yo ya he ofrecido mi vida a Dios cuando entré en religión, y de muy buen grado la daré por Él si llega el momento«. El P. Odilón Costa manifestaba repetidamente a un compañero «su extraordinario deseo del martirio«. El profeso temporal (junior) Dom Narciso Mª Vilar decía a algunos compañeros: «¡Cómo me agradaría ser mártir!». El Hno. Emiliano Mª Guilà, conversando con un compañero del servicio militar a principios de 1936, le dijo estar seguro de que habría «persecución y que presentía que él no se libraría de la muerte, lo cual, en vez de perturbarle, le hacía estar contento, porque moriría por Dios«. Se podrían añadir varios testimonios más pero son ya una buena muestra del espíritu con que aquellos 23 monjes afrontaron el trance final, encarando la muerte con miras abiertas al Cielo, a la eternidad.

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