Testimonios tras la JMJ de Cracovia

El mejor regalo

El 19 de julio, día en que cumplía 16 años, tuve el mejor regalo que podía haber deseado. Cuando tras rezar ante la imagen de la Virgen de los Milagros, en Ágreda, partíamos hacia Soria no era consciente de la experiencia que estaba a punto de vivir y que ni siquiera sé expresar con palabras. Tan sólo siento un profundo agradecimiento a Dios; agradecimiento a nuestra Diócesis que me ha dado la oportunidad de participar en tan grande acontecimiento; agradecimiento a los compañeros con los que he compartido esta peregrinación; agradecimiento a las Diócesis de Polonia que nos han acogido; agradecimiento muy especial a las familias que, con tanto cariño y generosidad, nos han abierto sus casas (el día de mi llegada me esperaban con una entrañable fiesta de cumpleaños en la que no faltó un sentido y cariñoso «cumpleaños feliz» en inglés y en polaco).

Ha sido mi primera JMJ y no será la última porque he podido sentir a Jesucristo cerca, muy cerca. Me ha llamado mucho la atención la cantidad de gente congregada, lo que me ha hecho ver que no estoy solo, no me he avergonzado de mi fe, como acostumbro, me he sentido como en casa, muy arropado y más orgulloso que nunca de ser cristiano. Ha sido una experiencia maravillosa, a pesar del cansancio. Es verdad eso de que todo sacrificio, Dios lo recompensa. No cambio estos días por nada. Gracias, gracias, gracias.

Diego García, seminarista menor

No hay palabras

Mi experiencia en esta peregrinación ha sido muy buena desde el principio: la primera noche no dormimos, nos recibieron con un desayuno y después pudimos celebrar la Eucaristía; estuvimos en Berlín, no tuvimos mucho tiempo de visitar la ciudad pero tuvimos el regalo de poder celebrar la Eucaristía en la Catedral. Todavía en Alemania fuimos al campo de concentración de Sachsenhausen: ver y tener la suerte de que nos explicasen toda esa historia fue impresionante, incluso pudimos celebrar laudes en el campo de concentración.

Después de Alemania fuimos a un pueblo de Polonia llamado Kwaczała donde nos acogieron magníficamente con motos, camiones de bomberos, el sacerdote de allí montado en un descapotable con dos banderas de España y de Polonia, los polacos cantando en español, los españoles cantando en polaco, etc. Se veía la comunión entre estos dos pueblos y el inmenso amor con el que nos acogieron. Estar en este pueblo ha sido magnifico porque todo lo que hemos recibido eran regalos de Dios. El día del encuentro con el Papa dormimos al aire libre después de haber andado mucho. Yo me quedé con una frase que dijo el Papa: «No seamos jóvenes sofá, seamos jóvenes con las zapatillas puestas»; la experiencia fue muy bonita aunque estábamos un poco lejos. Después de la experiencia con Francisco tuvimos el encuentro con Kiko Argüello en el que se levantaron del grupo con el que íbamos ocho jóvenes y un matrimonio. Después volvimos al pueblo y nos despedimos, hubo llantos pero alegría por haber tenido la suerte de esa experiencia compartida con ellos. Y no nos podíamos ir sin visitar Auschwitz, un lugar impresionante, donde nada más entrar había una frase que decía «el trabajo os hará libres». No hay palabras para describir todo lo que vimos. El siguiente país al que fuimos fue Praga dónde visitamos la ciudad en grupos y celebramos una Eucaristía maravillosa; aunque estábamos un poco cansados después de tantos días de peregrinación nos ayudó mucho a todos.

Ha sido una experiencia maravillosa en la que hemos estado en comunión y ha habido momentos para todo: estar felices, llorar, rezar, compartir entre nosotros e incluso para enfadarse.

Isabel Soto (Soria)

Merece la pena dar la vida por Cristo

La Iglesia no es sólo nuestra parroquia: Los millones de jóvenes de casi todos los países del mundo que acudimos a Cracovia fuimos reflejo de la universalidad y vitalidad de la Iglesia. Curiosamente, para mí, la universalidad de la Iglesia brilló con especial fuerza y vida en Rajcza, un pueblo de 3.500 habitantes de las montañas del sur de Polonia. Allí, durante la primera semana de nuestra peregrinación, nos alojaron en sus casas familias de la parroquia de San Lorenzo que nos acogían -en palabras de algunos de ellos- como si fuéramos el propio Cristo. Y yo doy testimonio de que fue así, de que, para ellos, éramos el propio Cristo. Nunca me habían tratado tan bien ni había recibido tantas atenciones de unos completos desconocidos. Nos separaban la lengua y la cultura pero nos unían la Iglesia y la fe en Cristo, el lenguaje más universal. Recuerdo también con especial emoción las oraciones que, cada día a las 21 h., polacos y españoles dirigíamos, en unión con todas las parroquias de la nación, a la Virgen de Częstochowa, verdadero corazón de Polonia. Parecía que todo el país palpitaba al ritmo de ese corazón durante unos minutos y nosotros, 28 españoles, palpitábamos con ellos: éramos todos uno. Y ya no había ni españoles ni polacos, ni importaba que la mitad de la oración fuera en español y la otra mitad en polaco: éramos una sola Iglesia y entendíamos todo más allá de las palabras. Cristo está por encima de idiomas y países. ¡La universalidad de la Iglesia hecha vida!

Añadiría otros muchos gestos de gente anónima que, a lo largo de la peregrinación, nos dieron de beber, de comer o nos ayudaron de mil formas. Testimonios vivos de una fe vivida con la naturalidad de quien simplemente trata de ser cristiano no sólo el domingo en la iglesia sino también en la oración diaria y en las pequeñas cosas cotidianas. A tantos buenos testimonios de fe vividos en tan pocos días se unieron las palabras del Papa que nos invitaba a no acomodarnos en la vida, a no conformarnos con pasar por la vida anestesiados por el ocio y los placeres rápidos, sino que nos animaba a buscar la verdad, a ser fieles a nosotros mismos, que es ser fieles a la vocación que Dios nos ha puesto en lo más íntimo del corazón y que es la única manera de ser plenamente felices. En resumen, el Papa nos invitaba a ser completamente libres, a ser plenamente felices, a vivir la vida a tope: A los cristianos sólo nos vale la Vida eterna, no nos podemos conformar con menos. En definitiva, esta peregrinación ha sido un testimonio muy vivo y experiencial de una verdad universal: merece la pena -¡y no creo que sepamos cuánto!- dar la vida por Cristo.

José Antonio García, seminarista mayor

La JMJ comienza hoy

Un grupo de 28 personas, de los cuales 23 eran jóvenes entre 15 y 31 años, hemos participado con la Delegación de infancia y juventud en la XXXI JMJ en Cracovia. Del 19 al 25 de julio participamos en los DED en la localidad de Rajcza en la Diócesis de Bielsko y del 25 al 31 nos alojamos en Bochnia para unirnos a la JMJ. Todos estos días han sido muy positivos por la vivencia de una Iglesia universal reflejada en la multitud de personas que a pesar de la diferencia de razas, lengua, cultura nos unía la misma fe. Es de agradecer el poder haber vivido esta experiencia: en primer lugar a Dios; en segundo lugar a todas aquellas familias que nos han abierto sus casas y nos han brindado toda su hospitalidad; finalmente a aquellos que lo han hecho posible. Y ahora toca tener en cuenta y poner en práctica las palabras que pronunció el Papa Francisco en la homilía de la Santa Misa de clausura de la JMJ: «La JMJ, podríamos decir, comienza hoy y continúa mañana, en casa, porque es allí donde Jesús quiere encontrarnos a partir de ahora».

José Sala, delegado de infancia y juventud

Esperanza

Quisiera haceros partícipes, con estas breves palabras, de mi experiencia en la JMJ de Cracovia, un encuentro que he podido vivir junto con casi 300 jóvenes del Camino Neocatecumenal de Aragón y Soria. Podría escribir muchos detalles sobre el viaje y los distintos países que hemos visitado (Alemania, Polonia y República Checa) pero prefiero contaros mi experiencia personal y lo que ha supuesto esta peregrinación para mí: un auténtico encuentro con Jesucristo. Un encuentro con Cristo especialmente gracias a los laudes, Eucaristías y palabras de los catequistas de cada día; a los testimonios de las familias en misión en una ciudad de Alemania con más del 90% de no bautizados que, en medio de la dura realidad, se mantienen firmes en la fe con una inmensa alegría; al amor con que nos acogieron los vecinos de un pequeño pueblo de Cracovia, como si fuéramos importantes; así como las palabras de aliento que el Papa Francisco nos dio a todos los jóvenes, palabras que invitaban a vivir nuestras vidas con auténtica alegría de sentirnos hijos amados de Dios; también gracias al encuentro vocacional con Kiko Argüello, iniciador del Camino Neocatecumenal, donde sentí una fuerte llamada a llevar la verdad del Evangelio y el amor de Jesucristo a las personas que me rodean en mi día a día.

Ha sido muy importante para mi vida descubrir el sufrimiento de tantos inocentes que han muerto a lo largo de la historia a causa del pecado de otros y ver que en estas situaciones se ha manifestado la fe de muchos santos. Esto me lleva a vivir con esperanza en medio de mis sufrimientos y miedos por mi situación de paro e incertidumbre, sabiendo que Dios me ama y que lleva mi vida al igual que ha llevado esta peregrinación.

Sara Campos (Ágreda)

Dios ha estado grande con nosotros

En 2011 tuve la ocasión de participar en la JMJ de Madrid. Pero, por así decir, no es lo mismo «jugar en casa» que tener que salir de tu casa e ir a un país que no es el tuyo. De esto también se sirve Dios para salir a nuestro encuentro. El hecho de poder participar en esta JMJ de Cracovia ha sido un regalo inmenso de Dios, desde el primer día que pusimos un pie en tierra polaca hasta el día de hoy pues, en verdad, Él ha estado grande con nosotros y estamos alegres.

Los primeros cinco días de nuestra peregrinación compartimos la fe y la alegría, además de nuestras vidas, con familias que nos acogieron en el maravilloso pueblo de Rajcza, en la Diócesis polaca de Bielsko-Zywiec. A lo largo de estos días pudimos visitar, como hecho más reseñable, el campo de concentración de Auschwitz, en un silencio sobrecogedor, uniéndonos al dolor de tantos que perdieron allí su vida, como San Maximiliano María Kolbe, y pedir perdón por todo lo que allí se había llevado a cabo.

Durante la segunda semana, tras participar en la Misa con todos los peregrinos españoles en el Santuario de Częstochowa, nos dirigimos a la ciudad de Bochnia, cercana a Cracovia, para participar en los actos centrales de la Jornada. Durante esta segunda semana, además de las catequesis con las que nos íbamos preparando de forma más intensa, pudimos participar con el Santo Padre en el Vía Crucis, en la Vigilia de oración y en la Santa Misa de envío.

Personalmente, además de los distintos momentos de oración y de convivencia, y de experimentar el gozo de poder llevara otros el amor de Dios a través del Sacramento de la reconciliación, hubo unas palabras del Papa Francisco que me llamaron poderosamente la atención: «Nuestra respuesta a este mundo en guerra tiene un nombre: se llama comunión»; todos los jóvenes que allí estábamos, sin conocernos de nada y sin hablar la misma lengua, buscábamos vivir en la alegría del Resucitado en el que todos estábamos unidos, viéndonos animados por el Papa a «construir puentes y no muros». Además, la JMJ me ha ayudado, una vez más, a ser consciente de la universalidad de la Iglesia y, de una manera especial, de que se puede seguir siendo joven y alegre, y con más intensidad todavía, si en nuestra vida está Cristo, como así lo pudimos experimentar.

Otra experiencia maravillosa fue la generosa acogida que nos dispensaron las familias con las que convivimos. Familias que nos abrían sus casas y sus vidas porque así, en nosotros, estaban amando al mismo Cristo. Éste fue un verdadero regalo de Dios.

Muchas más cosas se podrían decir pero sirvan estas breves líneas para haceros llegar algunas experiencias. Doy gracias a Dios por este regalo que me ha hecho al poder participar en esta JMJ. Las ampollas y el cansancio no cuentan, tan solo la alegría que nos da el tener al Señor en nuestras vidas. Y ahora nos queda por delante el llevar a nuestras vidas y a los demás todo lo que el Señor nos ha ido dando. Sigamos rezando por los frutos de esta Jornada Mundial de la Juventud.

Pedro L. Andaluz, presbítero diocesano

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